Anoche me llovieron gotitas sustantivas, creo que adredemente, como diría mi amiga Zoila. En Cuba los adverbios mueven las caderas y bailan a otro son. Los adverbios cubanos son rápidos y precisos, como los maestros floretistas, y de primoroso detalle, como los orfebres filigranistas.

Pues eso, que anoche me llovió, pero en lugar de gotas de lluvia me llovieron sustantivos hechos gotas. Y de nada me sirvieron mi gabardina y mi gorro hidrófilos. Ahora puedo afirmarlo y lo comparto con usted, amable lector: los tejidos hidrófilos repelen el agua, pero no repelen los nombres sustantivos. Sépalo, por si acaso.

Aunque lo de anoche no fue lluvia severa, sino una suerte de orvallo, de calabobos, de mollizna, de sirimiri..., más galeguinho que bruselense, mi gabardina y mi gorro terminaron empapados de sustantivos. Caían como gotas altivas e insolidarias: una gota un sustantivo, otra gota otro sustantivo, pero sin mezclarse. Hace unos instantes, al ponerme a escribir este artículo, me he percatado de que mi gabardina y mi gorro siguen calados hasta el forro, de sustantivos, claro. Y solo ahora he comprendido el porqué de las miradas asombradas de anoche: se preguntaban en francés, neerlandés y brusseleer ¿qué carajo lleva ese individuo en la gabardina y el gorro...? ¡Qué ridículo, Señor...!

Y ahí siguen, quedos, empapando mi gabardina y mi gorro mientras explicitan calladas definiciones. Son cientos los sustantivos llovidos: procacidad, parvedad, ascosidad, horribilidad, terribilidad, esencialidad, nihilidad, futuridad, absolutidad, equivocidad, melifluidad, civilidad, inculpabilidad... Es como si el mismísimo Zeus hubiera intencionadamente intervenido en la selección de las gotas sustantivas, para tentarme a entrar en el charco de la definición sustantivo-cualitativa de los individuos que conforman el infausto cuadro técnico de nuestra política patria; esos individuos, cada vez menos simpáticos y más odiosos, que, por acción y/u omisión, nos mantienen prisioneros de nosotros mismos, que, a fuer de sincero, es lo mínimo que nos merecemos. Aunque, quizá, la intención de Zeus sea otra...

Da igual, hoy ni por Zeus entraré en el juego de la definiciones sustantivo-cualitativas, por mucha ascosidad que demuestre la ausencia de civilidad de nuestros políticos; ni por la erubescencia que me produce la pretendida inculpabilidad burlona de los que más nos representan, que a mí no me representan nada, ya; ni por la profusión de horribilidad y terribilidad con la que todos se despachan, sin despeinarse; ni por la melifluidad mendaz y amarga con la que pretenden vendernos el paño de sus intereses particulares; ni por el torticero uso que hacen de lo porvenir, disfrazado de futuridad asustaviejas; ni por la nihilidad ninguneante con la que maltratan a la ciudadanía; ni por la falsa esencialidad de sus mensajes; ni por la absolutidad rústica y maleducada con la que algún portavoz demuestra su procacidad y la parvedad de su despreciable ser; ni... Que no, que no, que ni por Zeus entraré hoy en el juego de las definiciones, caray...

Sin embargo, por si la intención de Zeus iba por ahí, sí quiero expresar que con la lluvia de sustantivos he decidido que si me invitan a una tercera ronda de elecciones, aceptaré, y que no caeré en la trampa de la abstención acomodadiza, para no dar pábulo a la estrategia que nos mantiene presos. Aunque fuere -que no será- con el polvorón en la boca, votaré -total, para votar no hace falta hablar anchamente...-. Y votaré contra los que se lo merecen. España lleva demasiado tiempo ayeando impasible e inerte, por eso, aunque fuere -que no será- entre villancico y villancico, votaré. Y, así, cuando el presidente de la mesa me cante el villancico: «dime niño, de quién eres...», alzaré mis papeletas de voto y, con el polvorón en la boca, remataré el villancico como debe ser: «fun, fun, fun...».

Jo, tú, me he quedado sin palabras para la cosa turística... Solo me quedan ochenta y tres en el tintero-cartuchera, pero gastémoslas:

Ahora que toda la España política ayea, en la Andalucía turística solo ayeamos los que observamos allende el momento. O sea, pocos. Al grano: si ahora que estamos en la cresta del ciclo no asumimos de una puñetera vez la capacidad de carga de nuestros destinos, terminaremos cayendo en una gulosidad turística crónica que cursará con patologías invalidantes graves. Y, ojito al dato, si insistimos en elevar el umbral de nuestra torpeza, Zeus se cabreara, y si eso ocurre, mejor cuerpo a tierra...