La primera quincena septembrina en el orbe académico, anualmente, viene enmarcada por el inicio del curso escolar y por los exámenes extraordinarios de la Prueba de Acceso a la Universidad (PAU). La ya ultimada Selectividad, despedida por la Ley Orgánica para la mejora de la calidad educativa (Lomce), desaparece tras 41 años en vigor los cuales compendian la historia de muchos de nosotros, quienes tras aprobarla también certificamos la entrada a otro ciclo vital: el despertar a una madurez aún prematura.

Los 1.739 estudiantes locales inmersos hasta mañana en estos ejercicios con nombre diminutivo de mujer, entre nervios, miedos y certezas, generan un manifiesto ejemplo de la inquietud provocada por el traspaso a ese salto cualitativo hacia la formación universitaria y por comenzar a diseñar su proyectos existenciales.

Los criterios selectivos suscitan ansiedad en todo sujeto; desasosiego transformado, según los expertos, en una emoción surgida de forma automática preparándonos para actuar en situaciones en las que vivimos una amenaza. Así, la excitación acompañante y las evaluaciones son automáticas, es decir, inconscientes, respondiendo a la ley del condicionamiento clásico planteada por Pávlov.

De este modo, siguiendo con los síntomas originados por la selectividad, lo malagueños estamos sumidos en un estado permanente de perplejidad ante el constante concurso convocado por los representantes públicos para perfilar el devenir de la ciudad: peatonalización de la Alameda Principal; intercambiador modal de la plaza de la Marina; metro al Civil; edificio de La Mundial€ La cuestión es si lo realizado hoy nos aproxima al lugar en el queremos estar mañana. Sempiterna selectividad.