Solo con el talento no se pueden saltar los obstáculos que la élite pone a quienes pretenden subir en la escala social. Al menos en los países donde la estratificación de las clases impone rígidos modelos. Según acabo de leer en la prensa, el último informe de la Comisión de Movilidad Social del Reino Unido ha detectado que entre los requisitos exigidos a los aspirantes a un puesto de trAabajo en la City de Londres (uno de los centros del poder financiero mundial) figuran unas estrictas normas de etiqueta respecto del color de los zapatos y de las corbatas, la caída del traje, o lo que se entiende por un adecuado corte de pelo. Y basta con un fallo en cualquiera de esos aspectos para que los candidatos sean desechados de forma expeditiva por muchos que sean sus méritos en otras materias. «Los códigos de conducta relativamente opacos -dice el informe- también se extienden al vestuario. Un ejemplo: para los hombres , el uso de zapatos marrones con un traje oscuro es considerado como inaceptable para aspirar a un puesto de trabajo dentro de la banca de inversión». Y lo mismo puede afirmarse de un traje excesivamente apretado o excesivamente holgado ,y de un corte de pelo que no elimine unas greñas abundantes y grasientas o incurra en un pelado carcelario. Todos esos datos no dejan de ser signos externos de una condición social inconveniente que no escapan al ojo experto del examinador y puntúan tanto o más que un brillante expediente académico o una aguda inteligencia. Al fin y al cabo, si antes de acudir a una entrevista de trabajo en el sector financiero no tuviste la ocasión de usar el traje adecuado, ponerlo en relación con unos zapatos de buen cuero negro y rematar el conjunto con una camisa blanca y una corbata a juego, estas denunciándote como un advenedizo. Y la City solo admite con cuentagotas advenedizos brillantísimos para defender los intereses de la élite. Algún lector despistado podría extrañarse del papel disuasorio que unos zapatos de color marrón pueden tener en las aspiraciones a un puesto de trabajo en el sector financiero y hasta podría aportarnos datos sobre espabilados muchachos de la clase media que se abrieron paso en el mundo del dinero llevando en los pies, en el inicio de su andadura, unos discretísimos zapatos de color marrón. Y seguramente habría que darles la razón. No obstante, la aversión a los zapatos marrones viene de antiguo y, como todo lo relacionado con la moda, está sujeta a capricho. Al respecto, le atribuyen a Oscar Wilde, el famoso comediógrafo y dandy británico una anécdota referida al asunto que nos ocupa. Al parecer, estaba el autor de La importancia de llamarse Ernesto en su casa cuando entró el mayordomo para anunciarle que había llegado un caballero que decía ser amigo suyo. «¿ De qué color va vestido?», preguntó. «De marrón, señor». «Entonces no es amigo mío», concluyo rápidamente el escritor. El marrón es un color muy difícil de combinar y entre nosotros no tiene buena fama, quizás por su semejanza con cierta clase de excrecencias. «Comerse un marrón» decimos cuando nos obligan a pasar por una situación molesta o no deseable.