Cuando toda ribera política en España se asemeja a un precipicio excavado por las cifras de paro, el objetivo de déficit, la escandalosa amenaza de unas terceras elecciones y los casos de corrupción que se atropellan en los juzgados, Mariano Rajoy Brey, presidente del Gobierno en funciones, «escribía» lo siguiente en un tuit publicado ayer a las 10.17 horas en su cuenta personal: «Caminar por la ribera del río Avia es una maravilla. Los paisajes de Galicia son de primera»

La apreciación iba acompañada de un vídeo de 33 segundos en un paraje de la zona, grabado junto a ese afluente del Miño en Orense, por uno de cuyos puentes se veía venir a Rajoy desde la arboleda apretando el paso, acompañado del investigado Baltar. El vídeo estaba hecho desde un tercero, lógicamente para que viéramos a Rajoy marchando por el campo gallego. No es el vídeo que hubiera publicado cualquier senderista asombrado por el paraje que cruzaba, ya que en ese caso lo hubiera hecho con su propio móvil y quizá habría terminado con su rostro sonriente a modo de autofoto o selfie. No entiendo por qué esa artificiosa anomalía les parece adecuada a quienes asesoran a los políticos y a los políticos asesorados. Como no comprendo ni quiero tantas cosas de la vida política española.

Con sólo ver el tuit en tiempo real, con la que estaba cayendo con la comparecencia de Guindos tras lo de Soria, la imputación de Rita Barberá y la retirada de la denuncia contra el PP por el borrado de los ordenadores del simpar Bárcenas, comprendí su peligro. Así que me pareció interesante esperar la lluvia de comentarios que suelen acompañar a los mensajes de los políticos (quienes, por otro lado, no suelen ser los que los publican), como ocurre con otros famosos (siempre he creído que uno de los problemas de la política actual en nuestro país es que hay demasiados focos mediáticos sobre los políticos, que, para colmo de rostros que perseguir y declaraciones que ordeñar, son cada vez más, con el extemporáneo auge de los nacionalismos y posteriormente al haberse fraccionado el voto en los últimos comicios).

La primera contestación tardó apenas un minuto (puede comprobarse). Se limitaba a llamar «paleto» al presidente (esa facilidad impresentable para el insulto, sin más, es una de las tristes aportaciones de una parte de quienes se esconden tras la red, hasta tal punto habitual que todos asumen esa grosera intolerancia como «normal»). La siguiente ya afilaba la tecla con ironía, corrigiendo la palabra ribera por la de Rivera, en alusión al «socio» en precario para la, por ahora fallida, investidura de Rajoy. Los comentarios no dejaban de sucederse y unos siete minutos más tarde llegó el primero de los muchos esperables: «Pero usted tiene ahora tiempo para ir a pasear? ¡Manda huevos!»

«Ese precioso y necesario don del sentido común, que es el menos común de los sentidos», advertía Gómez de la Serna. Y es que no es fácil hacerlo tan mal.