En el Grupo Mixto del Senado, Rita Barberá cobrará casi 7.000 euros, según se ha dicho: 2.300 más de los que ya cobraba y han ido a parar al fondo de saco de la colección de bolsos de Vuitton, Loewe y Carolina Herrera que ha ido regalando a lo largo de su vida. La vida regalada le permite, además, a la exalcaldesa de Valencia y símbolo de la corrupción que flagela al Partido Popular un fin de fiesta como aforada. Una traca: su mascletá. El aforamiento es un exceso celtibérico como lo son los horarios de las comidas que nos hacen ser diferentes al resto del mundo. A los congresistas les concede la facultad de blindarse y elegir a la carta los tribunales que les juzgan. Como cada vez son más los políticos en apuros, el aforamiento es el clavo ardiendo donde agarrarse y no va a resultar fácil que prescindan de él. Los aforados rondan la cifra de diez mil en un país que tiene como lacra la corrupción y, entre sus anhelos, perseguirla como es debido. Los privilegios procesales y penales no sólo alcanzan, al contrario que en algunos otros lugares del mundo, al jefe del Estado, el presidente del Gobierno y los ministros, se extienden a senadores, diputados del Congreso y de las comunidades autónomas, altos cargos nacionales y regionales, miembros de la Judicatura y de la Fiscalía, del Consejo de Estado, del Tribunal de Cuentas, etcétera. En ningún otro país del entorno están aforados los diputados. En Francia, el aforamiento distingue exclusivamente a la alta jefatura del Estado, al primer ministro y al Gobierno. En Portugal o Italia, la prerrogativa de ser juzgado por otras instancias sólo la tiene la primera figura institucional. En Alemania, no existe ese privilegio. En Estados Unidos, tampoco. Aquí, la justicia no es igual para todos. Barberá nos lo ha vuelto a recordar.