Hace unos años, una mujer de 75 años me comentaba que su marido había comenzado a recorrer un sinuoso camino que le conduciría al ocaso de su vida. Con lágrimas en los ojos, me relataba que ya no podrían intercambiar recuerdos de los años dorados. Y, todo, porque aquel hombre al que tanto amaba, había perdido la memoria. Con estas palabras, aquella desconsolada mujer, expresaba el diagnóstico de la temida enfermedad: el mal de alzhéimer, quizás, una de las más terribles que podemos llegar a sufrir, porque daña lo esencial del individuo: la capacidad de pensar, de recordar, de discernir, de sentir, de querer, de reconocer incluso a esos seres que amas más que a tu propia vida. Por eso, desde estas líneas, me uno a las asociaciones de esta enfermedad, para reclamar un plan sanitario para atender a esos enfermos durante todo el proceso degenerativo de su demencia. Porque son los gobernantes los que deben plantearse la imperiosa necesidad de aportar más ayuda económica. Hay que tener en cuenta que, cuidar a un enfermo de estas características, supone un desgaste emocional importante, aún para las personas ajenas a él. Por eso, se necesitan excelentes ayudas a domicilio, para los familiares que decidan hacerse cargo de ellos hasta el fin de sus vidas; muchos centros de día, para atenderlos en los inicios de su enfermedad, con personal altamente cualificado, muy paciente, bondadoso y muy bien pagado. También buenas residencias de ancianos, con control exhaustivo por parte de la Administración para asegurarse que están debidamente atendidos. Porque cada cierto tiempo salta a los medios de comunicación la noticia de alguno de estos centros -legales o ilegales- que han tenido que ser clausurados, tras descubrirse ciertos horrores. Sin duda, se necesita una gran concienciación social, con el fin de desarrollar programas nacionales que aborden de forma global el cuidado de estas personas a quienes, esa penosa enfermedad, los ha desposeído del tesoro que vamos guardando y apilando a lo largo de la vida. Por eso, ustedes que manejan el dinero público, deben pensar en estos mayores, que ya no tienen voz ni voto, porque han perdido la capacidad de recordar, de discernir, de protestar, de pedir, de amar... Señoras y señores gobernantes, tengan presente que todos somos susceptibles de padecer esta cruel, oscura y devastadora enfermedad, que te deja totalmente desprovista de esa riqueza tan preciada, que se llama memoria.