Creo que es imprescindible y muy urgente redactar un código de Hammurabi de buenas prácticas futbolísticas, un juramento hipocrático de lo que se puede y no se puede hacer en un terreno de juego para no ofender a un contrario, una declaración de derechos del defensa, un protocolo de protección de la delicadísima piel moral del futbolista profesional. Entre aficionados y periodistas hemos conseguido convertir a nuestros futbolistas en tipos tan susceptibles como Ocatarinetabelachitchix, el orgulloso protagonista de Astérix en Córcega. A Ocatarinetabelachitchix le gusta Obélix porque le parece susceptible, pero muchos futboleros estamos hasta el gorro de la susceptibilidad de los futbolistas corsos.

En el partido entre las selecciones de Argentina y Uruguay jugado hace unas semanas, Messi hizo un caño a Corujo que un periodista, o algo así, de un diario deportivo madrileño tituló de esta manera: «Sublime cañito de Messi para humillar a Corujo». El periodista, ya crecido, añadió en su artículo que Messi le coló un «cañito» a Corujo para sonrojo del mediocentro charrúa. Escribir «cañito» en vez de «caño» ya da bastante grima, pero decir que Messi humilló a Corujo al hacerle un caño, y que el futbolista uruguayo debería sonrojarse tras sufrir el ataque de talento del jugador argentino, no sólo significa que el periodista, o lo que sea, no entiende nada de nada, sino que pretende enfangarlo todo. ¿Qué tiene de humillante que un futbolista pase el balón entre las piernas de un contrario? ¿Por qué cuando Neymar tira un caño está humillando a un compañero de profesión, pero cuando cambia de ritmo y deja tirado a un defensa sólo es una prueba del talento del brasileño?

Michael Laudrup, que fue gran jugador y hoy es un horrible comentarista a años luz del gran Michael Robinson, se despachó a gusto el pasado fin de semana contra Neymar criticando las pisadas de balón y las diagonales-horizontales a las que tan aficionado es este chico que un día será el mejor jugador del mundo porque, según el exjugador danés, eso es «provocar» al contrario. Es decir, Laudrup está justificando una patada a Neymar si Neymar provoca pisando el balón o si decide conducir la pelota sin pasar de su propio campo sólo porque sí, porque le da la gana. ¿La «cola de vaca», aquél regate con el que Romario dejó fuera de cobertura a Alkorta en un Barça-Madrid, fue una falta de respeto? ¿El jugadón de Pelé en la película Evasión o victoria fue un intento de humillar a la selección nazi? ¿Las bellísimas «ruletas» que hacía Zidane y ahora hace, entre otros, Iniesta ofenden la sensibilidad de los futbolistas? ¿Un pase de tacón provoca el sonrojo del rival que lo sufre? ¿Los «sombreros» son humillantes para el contrario? Y, por cierto, ¿no se podría decir también que Laudrup humillaba a sus rivales cuando daba pases mirando al tendido? ¿Eso no es «ir de sobrado»? ¿No es «provocar»?

No he leído ni escuchado críticas al intocable Simeone cuando reclamó tarjeta amarilla para Lillo después de que el jugador sportinguista hiciera penalti sobre Gaitán en el minuto 90 del partido Atlético de Madrid-Sporting y con un marcador de 4-0 a favor. ¿Eso no es una falta de respeto por el contrario? Si hay que admitir que los corsos son susceptibles y no soportan los caños de Messi o las pisadas de balón de Neymar, entonces también tendremos que criticar que Simeone pida tarjetas para un contrario vencido, que Ronaldo celebre sus goles de forma tan «ostentórea», como diría Jesús Gil, y que Panenka inventara una forma de tirar los penaltis que provoca sonrojo en los porteros e infinita tristeza en los ojos de sus mamás.