En los tiempos del Imperio Otomano se decía que los sultanes eran la sombra de Dios. Podría ser. El problema surgía cuando la deidad en cuestión era malévola y cruel. Recuerdo que hace unos pocos años alguien decidió autorizar la construcción de un hotel de 14 plantas en Estambul. Cerca del Palacio Imperial de Dolmabahçe, en las orillas del Bósforo. Forzaron la demolición de los antiguos almacenes de tabacos de Besiktas, protegidos como parte del patrimonio cultural de la ciudad. La vieja historia. Podría fácilmente haber sido aquello otro triunfo de la barbarie de muchos y la codicia de unos pocos, en detrimento del interés general. Las excavaciones para el futuro rascacielos ya habían comenzado. Y estaban afectando a algunas dependencias del palacio. Parece que la aparente impunidad de la que gozaban los constructores les permitía ignorar la ley que prohibía la construcción de edificios agresivos tan cerca del Dolmabahçe. Los ciudadanos de Estambul reaccionaron indignados. Y divulgaron su oposición a ese atropello, alertando a importantes instituciones internacionales. Intervinieron también unos sensatos y sobre todo valientes periodistas turcos. Recuerdo la apasionada repulsa del profesor Semavi Eyice, un prestigioso experto y catedrático de historia del arte de la Universidad de Estambul. Denunció incansablemente la brutalidad de ese sacrilegio, como un ataque a su ciudad. Patrimonio de la humanidad, culturalmente sagrado y un destino turístico singularmente valioso, con una gran rentabilidad social.

Todo indicaba que las protestas estaban siendo sistemáticamente ignoradas por las autoridades responsables de aquel desafuero. Era obvio que en aquel momento la conservación del patrimonio histórico de Estambul no era una de las prioridades de algunos importantes miembros de la élite de Turquía. Hasta que un día nos enteramos de que algunas veces los milagros son posibles. Suena ingenuo en estos tiempos y en estas latitudes nuestras, pero la codicia y la barbarie no siempre ganan. Los futuros gestores de aquel hotel de 14 plantas, la Shangri-La Hotels and Resorts, una poderosa empresa hotelera de Hong Kong y una de las mas importantes del mundo, se lo pensaron mejor. Al final se anunció que el proyecto sería modificado en su totalidad. La noticia no fue del agrado de parte de las autoridades locales de Estambul. La Shangri-La tuvo que amenazar con la cancelación del proyecto.

Era obvio que en Hong Kong, en el cuartel general de la Shangri-La, se habían dado cuenta de que aquello podría ser algo no deseable para la imagen de la empresa. El ser percibidos como autores de un atentado cultural y estético de ese calibre no parecía ser una buena idea. Hubo un final razonablemente feliz. El hotel finalmente ha abierto sus puertas. Fue inaugurado recientemente y con todos los honores por el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan. Por supuesto, en su nueva versión. Menos brutal y sobre todo menos tóxica para el entorno. El volumen del edificio se redujo a menos de la mitad: seis plantas. Aún así eran demasiadas para muchos de los críticos. Pero ya los almacenes de tabacos de Besiktas habían sido borrados del mapa. También ayudó el que finalmente la fachada del nuevo hotel fuese más respetuosa con el lugar y sus connotaciones históricas. Un final no catastrófico para una indecencia que jamás debería haber existido.