Debe sentirse con la espalda a lo faquir, latigada por pasiones de verbena, a ratos un poco Allende, otros ídolo de barro, siempre a punto del salto hacia delante o de la descomposición. Han sido días de una trapacería inusitada, de morbo de teatrillo, con una cantidad de secundarios en masa que, en su pequeñez, humana y política, representan a la perfección las alcantarillas del partido, tan conocidas para los que estamos obligados, por contrato y vocación pedánea, a hacer esto del periodismo por aquí. Dice la tal Verónica Pérez, y sin que nadie le pregunte, que lleva desde los catorce años en el PSOE. Y eso, contra todo pronóstico, como en las viejas pasantías, le parece un mérito, todo un zafiro curricular. Es triste, para los que venimos de Heráclito, permanecer demasiado tiempo en el mismo sitio, pero más aún que eso sirva para conocer más de lo debido y, sobre todo, de lo deseado, a ciertos sínodos políticos y antropológicos como los que estos días aparecen a cada instante en la televisión. Quizá, mis compañeros de Asturias anden al borde del aneurisma intentado descrifrar el espanto, pero por Andalucía, e, insisto, en la pena, estamos plenamente familiarizados con Verónica Pérez y toda la grey de los Susanita Boys (and Girls): la tropa de los 14 años, el sur que se enseñoreó del sur, sin más virtudes que el juego vaticano aprendido prematuramente de alternar a puerta cerrada entre la sumisión extrema y la conjura ocasional. En la generación de Susana, en el nuevo y «refundado» socialismo andaluz, el perfil académico y humano de la presidenta gana por goleada; criaturas orgánicas, en general, sin oficio y con mucho beneficio, incapaces de saltarse una coma, de decir algo que se escape de la reproducción sistemática del eslogan, tan fuera, en general, del pensamiento como de la realidad. Ese socialismo ahora se embravece y se arroja sin rubor a la conquista, ignorando la voz de la experiencia, haciendo todo tipo de canalladas. Los mismos que un día se alinean con Chacón y al siguiente con Griñán, que llaman con insistencia a las redacciones para que les publiquen fotos al lado de Sánchez y luego se adscriben sin titubear a la perfidia y a la conspiración. Los que daban lecciones de democracia, los que decían que España necesitaba a Sánchez, esa gente que lo mismo va de romería y solapa en su penitencia a la derecha sociológica que se pone cismática y maximialista y reparte credenciales de «izquierda» frente a la «derecha», arrogándose desde el coche oficial el haber traído la democracia y el cambio de la madre que la parió; ellos, que ni siquiera respetan el sufragio más elemental, el de casa y el de andar por casa. Las huestes de juventudes. Los de «desde los 14 años», los oportunistas, los que pasan de una sociedad pública a un instituto y de ahí a una pachanga tecnológica o a la Diputación. Una persona que entra en un partido en la adolescencia -país de nubes, que diría Ocatvio Paz- quizá no se puede llamar socialista o pepero, sino feligrés, lo que explica el escaso matiz que existe entre los discursos y la tendencia a la escisión. A los que ahora les duele el PSOE le ocurre lo mismo que a los que dicen dolerle Andalucía; que han confundido tanto los términos que no se han dado cuenta que no se puede ser victimario y al mismo tiempo víctima de la agresión. Pucha Asturias, no saben lo que se les viene encima. El peor y más sospechoso PSOE acechando las riendas del PSOE. Pienso en un represaliado de Jaén, en un viejo militante amenazado de Rentería poniendo el televisor y escuchando a Susana Díaz. Con Pedro se estaba mejor. Que les asistan los dioses que no existen y el gran Antonio Maíllo, que sabe lo que es soportar el desierto, la cadencia cabezona, el tono soberbio y zafio de los de los 14 años. La nueva autoridad.