Atrincherados los de un bando y al asalto del cuartel general los del otro, el PSOE está ensayando un remedo de guerra civil a escala doméstica y, por el momento, incruenta. Abundan los coroneles rebeldes, el general con rango de secretario decidido a no rendir la plaza, los estrategas en la sombra y, desde luego, las tropas que dudan en unirse a uno u otro bando en tanto no quede claro quién va a ganar. Como en cualquier otro conflicto de los que suelen apellidarse de fratricidas.

El origen de la actual batalla es, como de costumbre, una crisis de orden económico. La progresiva pérdida de peso en los mercados del voto ha ido encogiendo el tamaño del PSOE, que en su día fue poderosa empresa, hasta reducirlo a los límites de un partido no ya secundario, sino tercerón. Y bajando. Encabezados por el patriarca Felipe González, los accionistas más veteranos reclamaron durante meses un cambio de estrategia empresarial hasta que, hartos del presidente del Consejo, no vieron otra salida que dar el golpe. La inesperada resistencia de Sánchez ha roto al partido por gala en dos, con la consecuencia -habitual en estos casos- de una guerra civil.

El guirigay en el que se han metido los socialistas españoles es, en realidad, un fenómeno típico del sur de Europa. Hace ya veinte años que desapareció en Italia el Partido Socialista, tras caer hasta un mísero 1,8 por ciento su participación en el reparto de la tarta electoral. Otro tanto ocurrió con el PASOK de Grecia, que tras ganar por mayoría absoluta las elecciones del año 2009 se ha convertido siete años después en un partido residual que apenas recauda un 4,7 por ciento del total de votos.

Impulsados y financiados durante la guerra fría para conjurar el peligro comunista, los partidos socialdemócratas del sur fueron un eficaz dique a ese efecto. El propio PSOE obtuvo mayorías de hasta 202 diputados en sus años de gloria con González. Quizá su actual decadencia, más allá de la habilidad o torpeza de sus líderes, obedezca a la falta de mercado suficiente para la mercancía ideológica que ofrecen. Casi todos los países de la Unión Europea son ya socialdemócratas en mayor o menor medida. Cuentan con educación y sanidad gratuitas, un amplio sistema de ayudas sociales y, en general, todo aquello que constituye el programa de cualquier partido socialista y democrático.

Es así como se han quedado sin casi nada que ofrecer a su clientela, a la vez que la crisis los obligaba a asumir roles propios de la ortodoxia conservadora tales que el ajuste de presupuestos y la reducción de derechos sociales.

Todo ello fue aprovechado en la Europa del sur por los buhoneros de la extrema izquierda, siempre dispuestos a ofrecer bálsamos de Fierabrás a los agraviados por una de las tantas crisis cíclicas del sistema capitalista. De ahí la proliferación de Syrizas, Beppegrillos y Podemos que han llevado a algunos líderes del estilo de Pedro Sánchez a tentar la formación de frentes populares como los que tan infausto desenlace tuvieron en los años treinta del pasado siglo. Por fortuna, la guerra civil que suele abrirse en estos casos se limita ahora al mero ámbito del partido socialdemócrata. Falta por saber quién o quiénes se beneficiarán de los restos del naufragio, aunque lo cierto es que a Rajoy se le ve más tranquilo incluso de lo habitual. Podría ser una pista.