Ha salido el CIS. El CIS es muy de salir. No sé muy bien de dónde, pero cuando menos te lo esperas va y sale. Estás en la cama, enciendes la radio y oyes como afirma el locutor: ha salido el CIS. Otras veces es en la oficina cuando sucede. Un compañero se acerca a tu mesa y te dice taciturno, como quien dice buenos días, ha salido el CIS. En algunos periódicos digitales esa frase (ha salido el CIS) es incluso elevada a titular. No el CIS dice tal y cual, y sí, el CIS ha salido. Nadie sabe cómo ha sido. Y yo menos, dado que nunca nadie del CIS me ha preguntado nada. Yo creo que el CIS es en realidad el CNI o la CIA. O sea, son gente que sabe mucho pero nadie sabe nada de ellos. Ahora les ha dado por preguntar sobre las preocupaciones de los españoles. Pues se equivocan. No por inquirir por tales cuestiones. Más bien por sacar conclusiones.

Para lo que de verdad sirve el CIS es para certificar que los españoles mienten. Vale que su principal preocupación sea el paro, pero es raro que nunca salga como preocupación la marcha del equipo de fútbol del que se sea seguidor, la subida de las hipotecas, los precios del pollo, la suciedad de las playas o... lo más importante que tiene uno y de lo que más hay que preocuparse: la salud. La salud es un viento que igual viene y que va, parafraseando la canción. Es voluble y frágil y no sólo nos afecta cuando la perdemos, sino también cuando alguien querido enferma. Sabemos por Quevedo que «La posesión de la salud es como la de la hacienda, que se goza gastándola, y si no se gasta no se goza».

Hemos empezado este artículo en un estado que bien podría calificarse de pletórico, sin descartar la euforia y nos va ganando una melancolía como de media tarde otoñal sin vino ni amigos ni un buen libro y sí con una luz mortecina sobre nuestro cráneo que da un ambiente de covachuela propia de jefe de negociado con malas pulgas y poco dado a la creación.

Más que escribir una columna me dan ganas de ponerle un sello a un documento y decirle a alguien vuelva usted mañana o exigirle una fe de vida al primero que pase por delante. O llamar al CIS. Y decirle, que qué pasa, que los no encuestados también existimos, que se acuerde de nosotros, que aparte de brazos y piernas también tenemos preocupaciones y opiniones.

El español es alguien que siempre está deseando soltar su rollo, hablar de su libro, contar sus penas o cantar sus fandangos. Tal vez por eso tenemos un preguntadero, el CIS, pagado a escote y con nuestros impuestos, que a veces son machadianos, o sea, como ríos que van a dar a la mar.

Ha salido el CIS y como sale de buena mañana lo hemos tenido de café y a mediodía hasta en la sopa. Ya a la noche remite y parece poco a moderadores de tertulia audiovisual, profesión floreciente y de gran fama. Pregunten.