Este es el título de una famosa película del gran Alfred Hitchcock, en la que Cary Grant tenía una doble cara. Me viene a la mente tras el escándalo del seleccionador del equipo inglés, Sam Allardyce. El ex jugador y entrenador había visto como, tras una Eurocopa con algunos claros para los Pross, su estrella subía en el firmamento futbolístico, pero han pasado apenas tres meses cuando la caída que ha protagonizado puede suponer el final de su carrera en el mundo del fútbol.

De hecho, ya ha sido despedido de la selección inglesa por la Federación, sin abrir expediente disciplinario. En efecto, las declaraciones hechas, con micro y cámara ocultos al diario The Telegraph, han hecho trizas a Big Sam. El ingenuo Sammy, ya que él mismo declaró que «tras haber reflexionado, hice una tontería», se lanzó a explicar cómo poder, entre otras cosas, obtener la propiedad total o parcial de derechos de jugadores y, lo que es más grave, cómo cobrar por ello.

Y es que, desde el mes de mayo de 2015, la FIFA prohíbe los derechos de terceros y la federación inglesa ya tenía una interdicción sobre los mismos desde hacía años. Pero, Sam no creyó en que hubiera nada malo en comentar cómo «ayudar a un amigo», tal y como declaró a posteriori, haciéndole ver cómo circunvenir las reglamentaciones internacional y nacional...

Sus excusas, aparte de ayudar a un amigo, de decir que hizo una tontería, tienen otra vertiente que es la de que «me tendieron una trampa y funcionó». Es decir que, para él, todo se resume a que hubo una trampa y que cayó en ella, porque unos malvados periodistas intentaron hacerle decir lo que era una «tontería». Bueno, después de lo visto, sí lo fue, pero cuando estaba hablado, con franqueza, para ayudar a su amigo del alma, eso sí, a cambio de 400.000 libras, no parecía ninguna estupidez.

Parece, por lo tanto, que todo proviene de ser un incauto, y no del fondo del asunto, que es algo ilegítimo. Que sea o no ridículo prohibir los derechos de terceros sobre futbolistas en vez de regularlos es otra cosa, pero una persona vinculada al fútbol en la forma en la que estaba Sam, siendo entrenador de la selección inglesa, no puede sino ser más que cauto en sus amistades y en sus lances verbales. Más que ser tonto, fue un bocazas.

Pero, esta situación no es nueva, ya que hace apenas unos años, el ex secretario general de la FIFA, Michel Zen-Ruffinen, fue también cazado por una cámara oculta, también por unos británicos, los del Sunday Times y, a cuenta, de los famosos votos para elegir los mundiales de 2018 y 2022, anunciaba a sus interlocutores, periodistas disfrazados de clientes, que un voto del comité ejecutivo de FIFA podría comprarse por medio millón de dólares.

También, en su momento, el suizo dijo que había sido una trampa y que se había publicado alguna frase «fuera de contexto», pero el contexto de medio millón y compra de un voto para una elección de un Mundial, no parece ser demasiado complicado de entender. Por lo tanto, queda poca duda respecto de lo contado por el ex directivo fifesco.

Por lo tanto, la culpa no es del mensajero, como se pretende siempre en estos casos, sino del actor que debe ser responsable de sus actos y de sus palabras. Y eso es lo que le ha pasado a Sam Allardyce, ángel caído desde su pedestal de seleccionador inglés a un paria, pero el tiempo hace que la gente olvide y, seguramente, Big Sam tendrá otra ocasión de volver al fútbol.

Somos prisioneros de nuestros actos y también responsables de los mismos, por lo que hay que apechugar con eso y, en el mundo del fútbol, no debe hablarse demasiado, aun sabiendo, si no es con personas de confianza...Y, para estar calladito, nada mejor que leer, por lo que recomiendo descubrir o volver a «El área 18», de Roberto Fontanarrosa, donde disfrutaremos del equipo nacional de fútbol de la imaginaria Congodia...