El espacio urbano es como cualquier otro fluido, si no se le confina adecuadamente se desparrama de manera informe. Bruce Lee trasladó a la cultura popular la vieja enseñanza oriental del Tao: si pones agua en una taza se convierte en la taza. Si pones agua en una botella se convierte en la botella. La materia del continente es la que conforma el contenido. Conviene recordarlo pues de nuevo surgen voces que piden la desaparición de las edificaciones que albergaron los cines Astoria y Victoria con el fin de lograr «un espacio abierto de uso ciudadano, de modo que sirva para unir el entorno de la Merced con Alcazabilla», idea alimentada por la indefinición que planea sobre esa manzana que va deteriorándose con el paso de los años ante la falta de dinero y propuestas viables. Pero al otro lado de la plaza no hay un paraje idílico al que asomarse, sino un feo y ruidoso nudo de tráfico rodeado de un conjunto de edificios poco armonioso y fuera de escala. Y en la lejanía una Alcazaba que cada vez se ve más pequeña por la desaparición del tejido urbano que la arropaba. Lo que se conseguiría fundiendo ambos espacios es contaminar la plaza de la Merced de fealdad y destruir un recinto ordenado centrípetamente en torno al obelisco que encarna nuestros mejores valores ciudadanos. La historia del urbanismo está llena de ejemplos nefastos similares.

Convendremos que el ideal es ganar superficie para áreas libres, pero en el diseño de las ciudades -y en todo lo demás- la calidad suele ser preferible a la cantidad; escala y armonía de proporciones son más importantes que la cantidad de metros cuadrados. El solar del Astoria es una patata caliente por la que Málaga ha pagado un alto precio y para la que es un reto decir cuál sería la solución mejor y más viable. En cambio resulta sencillo señalar la peor de todas: dejar el solar vacío.