No es fácil escribir unas líneas como éstas, cuando una persona admirable, de la que todos hemos aprendido tanto, nos deja para siempre. Fue hace casi un cuarto de siglo. Lew Hoad era uno de los nuestros. Él y Jenny, su mujer, también australiana, también tenista, descubrieron un día un paraíso junto a la carretera que subía de Fuengirola hasta Mijas, rodeado de montañas y arboledas y con el Mediterráneo cerrando el horizonte por el sur. Lew Hoad, el «Golden Boy» del tenis mundial, el que decidió un día que en esta costa nuestra estarían su casa y su Campo de Tenis, fue uno de los mas grandes personajes de la historia del tenis. Dominó con su sonrisa de buen chico aquellos tiempos, a los que recordamos como la era de los grandes tenistas australianos. Lew Hoad ganó cuatro veces el Grand Slam. Y otras cuatro veces la Copa Davis. En aquel año milagroso de 1956, el joven Lew, con su buena pinta de galán del mejor Hollywood, ganó 32 grandes trofeos internacionales. El mismo año en el que fue aclamado como el mejor tenista del planeta: el número uno de los Top Ten. Solo el Dios de los buenos australianos estaba por encima.

Pancho Gonzales, el gran tenista californiano, el que fuera el eterno y siempre leal rival de Lew Hoad, decía que «cuando el juego de Lew está en lo mas alto, nadie, simplemente nadie, puede llegar a su nivel». Lew nació el 23 de noviembre de 1934 en Sydney, en Australia. Al pequeño Lew alguien le regaló un día una raqueta de tenis. Ya no paró hasta tocar el cielo. Lew Hoad no solo era un gran deportista. Que parecía no necesitar hacer enormes esfuerzos en la pista para cumplir con honor su obligación de hacer bien su trabajo. Además era un hombre bueno, inmensamente generoso. Sin un átomo de vanidad, codicia o arrogancia. Jenny y él hacían una pareja deslumbrante. Sus amigos, como Sean Connery, Kirk Douglas o Charlton Heston cruzaban los mares para pasar unos días con ellos en el Campo de Tenis. Una lesión de espalda le obligó a retirarse definitivamente del tenis profesional en 1972. A partir de entonces, su presencia en su amado Campo de Tenis logró rápidamente situar la Costa del Sol malagueña en el mapa del tenis mundial. Nunca olvidaré nuestra emoción cuando aceptó ayudar al flamante Club de Tenis de Los Monteros, en la Marbella de aquellos años portentosos. En la que la que Lew y Jenny Hoad fueron un activo valiosísimo en el firmamento de Los Monteros. Nos dejó demasiado pronto. Un 3 de julio de 1994. Se batió hasta el final -con valentía y con buen humor- en nuestro Hospital Carlos Haya. Contra un enemigo malévolo y sin piedad. Tenía 59 años.

El pasado domingo, en el restaurante del Campo de Tenis de Lew Hoad, en la carretera que une Fuengirola con Mijas, nos reunimos algunos de sus amigos. Nos convocaron Olga Mendoza, una Schliemann andaluza, en búsqueda incansable de ocultos tesoros literarios y su esposo, Jorge Benthem, el hijo de Ignacio Benthem y María Eugenia Gross Loring, los creadores de la Casa del Monte, un hotel mítico en la historia de la Málaga turística. Entre otros, estaba también en aquella mesa Paloma García-Verdugo, la brillantísima colaboradora de los Hoad. Con 21 años se había unido a ellos, en los inicios de su aventura española. Por su trabajo en el Campo de Tenis y en el Club de Tenis de Los Monteros, pude aprender mucho de ella. Formaban todos con los Hoad un equipo perfecto, imbatible. Paloma merece que su Fuengirola del alma y la Costa del Sol le dediquen un día un homenaje. Como lo merece otro de los amigos que allí estaban: su hermano, el doctor José Manuel García-Verdugo, director médico de la Clínica Buchinger/Wilhelmi de Marbella. Ambos son los hijos del doctor Manuel García Verdugo, el inolvidable médico de la Fuengirola primigenia. Y la esposa de José Manuel, Virginia Fiestas, ilustre decana de los farmacéuticos de Fuengirola. «And last but not least», allí nos acompañaba otro de los grandes colaboradores de los Hoad: Peter Risdon. Aquel brillante joven «broker» de la City londinense. Que un día ya lejano decidió seguir a Lew Hoad, aquel australiano tranquilo. Y unirse a los que levantaron en tierras malagueñas un pequeño paraíso alrededor de aquel noble y civilizado deporte.