Pulgarcito, como recordamos todos, marcó su camino en el bosque dejando caer migas de pan. Sus padres, apurados por la miseria, habían decidido dejarle abandonado allí a la intemperie de las fieras, la soledad y el azar. Y él, que lo sabía, ideó esa estratagema para poder regresar a casa. Los pájaros, sin embargo, se las fueron comiendo, quizás con la ayuda de las hormigas, las ardillas y otros pequeños animales, razón por la cual Pulgarcito se perdió y tuvo que enfrentarse a peligros de mayor estatura que él.

En los bancos de muchas plazas y parques hay personas, generalmente de avanzada edad, que se entretienen en dar de comer pan desmigajado a las palomas. Lo transportan en bolsas de plástico y lo van extrayendo poco a poco, lo desmenuzan con sus dedos sarmentosos y lo arrojan a sus pies, donde pronto se arremolinan ávidas aves que los picotean con gestos nerviosos hasta que se agota. Y entonces, si queda más en la bolsa, vuelta a empezar. Hay personas que pueden pasarse horas ejerciendo esta actividad hipnótica sin que el diapasón de los días parezca moverse para ellos.

Pedro Sánchez ha demostrado ser Pulgarcito. Creía haber aprendido la lección del gran cuento de la política anticipando que los suyos le iban a dejar abandonado en un bosque, pero le ha acabado perdiendo un frecuente error de percepción: él creía estar señalando el camino de regreso a Ferraz (y el de ida a la Moncloa) con piedras blancas sin darse cuenta de que los que de verdad mandan se las habían sustituido por miguitas de pan. Por otra parte, los ancianos del PSOE, esa vieja guardia de barones clasista y celosos de lo suyo, con Felipe González al frente de todos, han aprovechado esas miguitas de pan que le robaron del talego a Pedro Sánchez para dar de comer a las palomas de los poderes macro, las ambiciones íntimas y las facciones internas.

Migas de pan para regresar a casa. Migas de pan alimentar el intrincado e insaciable mundo de unos políticos picoteadores, carroñeros y molestos. En la mayoría de las versiones Pulgarcito regresa victorioso al hogar y con recursos suficientes como para desterrar de la cabeza de sus padres, a los que, por raro que parezca, sigue queriendo o no ha aprendido a odiar, la voluntad de deshacerse de este hijo tan valiente y con tantos recursos. No sabemos si será el caso porque a Pedro Sánchez, además de robarle las miguitas, le han borrado el sendero y, por si acaso sobreviviera a las fieras del bosque donde le han metido, le esperan, después de tomarse el trabajo de recogerlas una a una, con un saco de piedras blancas para arrojárselas a la cabeza por si se le ocurriera asomarse por la puerta.

¿Que qué papel ha jugado en todo esto Susana Díaz? Probablemente todos: el papel de panadera (es la que ha vendido el pan luego desmenuzado), el de casera (es la que ha alquilado esa gran casa con derecho a bosque), el de ogro (como no se fía de nadie, es la que se ha enfundado el disfraz de plantígrado para asustar de muerte a su rival), el de colombófila (es la que ha amaestrado a las palomas para que entretengan en plazas y parques a sus mayores del partido) y el de costurera (es la que ahora está en la rueca, procurando no pincharse un dedo, remendando los desgarrones que ella misma ha contribuido a provocar). Un cuento, presiente uno, en el que nadie acabará comiendo perdices.