Si una barandilla tiene barrotes consecutivos es porque así es una barandilla. Así debe ser, porque una barandilla limita, evita, defiende, soporta, detiene, salva. Si por cualquier causa a la barandilla le falta un barrote entre el anterior y el siguiente ya no es una barandilla, es un hueco. Y si de lo que protege la barandilla es de un desnivel al otro lado, ese hueco es un abismo, la lotería negra del destino cuya ruleta puede detenerse en el cuerpecito breve e inquieto de un niño de dos años y medio, como ha sucedido en Marbella.

Olvido el pudor y abrazo sin fisuras a esa familia que presupongo aún aturdida ante lo imprevisto. De pronto, el hijo ya no está sobre la tierra, tan sólo sus pasitos recién estrenados rebotando en el recuerdo. Lo escribo porque a mí me haría falta que los otros comprendieran mi desconsuelo.

Te dobla imaginar el dolor de ese padre que tras recoger a su hijo de la guardería, cuando se ocupaba de la sillita infantil del coche, en un visto y no visto, siente cómo se le escurre el pececillo y al ir tras él desaparece por donde no debía caber, por donde nunca debía haberse podido caer, porque había una tranquilizadora barandilla con barrotes de hierro. Pero faltaba uno. Una simple y funcional barandilla de hierro convertida en la barandilla del destino.

La desidia de quienes nos acostumbramos a ver la barandilla rota durante años, la ineficacia de construir las cosas y luego no establecer un mecanismo de vigilancia ni un presupuesto adecuado para mantenerlas. El brillo de las inauguraciones y de las grandes rehabilitaciones (ésas que se hacen cuando se esperó a que ya todo estuviese roto) tienen foto; los pequeños arreglos necesarios, el opaco, callado y sufrido mantenimiento de lo público no.

No me atrevo a pensar qué pasará por la cabeza de ese pobre padre y de esa madre que han enterrado a su hijo. Me atrevería a rezar para que en ningún momento se culpen, porque por ahí se va al infierno. Sólo somos seres humanos, demasiado pequeños ante una adversidad tan descomunal. Lo que les queda por pasar no va a ser fácil. Aceptación, serenidad y mucho amor hacen falta.

No hay culpables de la muerte de ese ángel. Pero todos somos responsables de las ciudades que habitamos y todos podemos ayudar a que esto no pase. Cuántas veces hemos pasado sobre una arqueta rota diciendo que alguien se rajará la pierna o romperá un hueso cuando oscurezca. Cuántos hemos hecho una foto y la hemos enviado a la policía local con el aviso y la ubicación o hemos llamado por teléfono. Alguien suele hacerlo, pero no la mayoría como norma habitual, como tiramos la basura en el contenedor, aunque no hacerlo no entrañe más riesgo que la suciedad que provoca. Ese barrote no se rompió hace unos días. Ha habido años para que cualquiera de nosotros lo hubiera rellenado de cinta americana mientras otro llamaba y otro enviaba una foto y otro... No sólo nos hemos acostumbrado al actual desgobierno a pesar de haber votado dos veces. También a que los políticos nos saquen las castañas del fuego hasta el punto de quedarnos parados cuando no lo hacen.