La ola de nacionalismo que nos invade tiene mucho más que ver con las tripas que con la razón. Las tripas no son sólo el interés de llenar la barriga, empezando por la propia y olvidando la de los demás, sino otras cosas igual de respetables: las viejas palabras y símbolos de la tribu, el memorial de agravios padecidos, el vínculo a la tierra propio de cualquier especie, la diferencia que nos hace cómplices de los demás diferentes (de esa misma diferencia) y, de paso, sentirnos distintos, etcétera. Las tripas son refractarias a las palabras-razonamiento y muy dúctiles a las palabras-sentimiento, razón por la que resultan tan difíciles de controlar como los movimientos de las tripas propiamente dichas. Es evidente que la mayoría de las guerras vienen del nacionalismo, pero esto tampoco resulta disuasorio para las tripas, emparentadas con las guerras por sólidos vínculos de sangre.