Jucar, del genial editor Silverio Cañada, captó en seguida el poder de renovación poética de los «cantautores», y hace más de 40 años su colección Los Juglares ya suponía en el mismo título que era verdadera poesía, pero bajo las leyes del espectáculo. De los tres tomitos que Jucar dedicó a Bob Dylan mi preferido es el de Mariano Antolín Rato, que intenta destripar la bomba en tiempo real (1975) y bajo los efectos de su propia onda expansiva, de especial potencia rompedora en la España franquista. Dylan, que se defendía con escopeta de los hippies que asediaban la casa del profeta, y cambió de credo las veces que le vino en gana, hizo suficiente poesía de verdad como para tomárselo en serio. Otra cosa es que podamos tomar en serio la decisión, que apesta a moda vintage, de darle el Nobel a estas alturas. Da la impresión de que Dylan piensa lo mismo, y sigue sin dar señales de vida.