Un asunto que despierta cierta expectación es qué tipo de transporte público utilizará Pedro Sánchez para viajar del «no es no» al «sí es sí», si es que está dispuesto a reemprender el camino de vuelta y aceptar la tesis del Comité Federal. Votar no a la abstención lo inhabilitaría como candidato a secretario general en el caso de que el PSOE consiguiese cerrar filas. Uno no puede convertirse en forajido y, al mismo tiempo, aspirar a ser sherif del condado. Su obcecación del «no» le impide, sin embargo, a Sánchez resultar creíble si, después de la que ha armado, se muestra dispuesto a abstenerse. Tampoco le conviene ponerse al frente de los que vieron en él una víctima en el violento boicot a Felipe González en la universidad, por más que perseverar en el error sea para él una tentación irresistible. No lo tiene fácil.

Lo fácil no existe. Ante los socialistas se abre un compás de espera en la oposición que no tendrían de concurrir a unas nuevas elecciones para volver a perderlas. Ahora bien, existe el riesgo de que, en vez de prepararse para asumir como es debido el papel que les corresponde en el Congreso, restañando heridas e intentando abrir un nuevo cauce político, prefieran seguir desangrándose en el campo de batalla. Lo peor es que no todo se puede elegir. La amenaza de expulsión pende sobre la idea reiterada del PSC de romper la disciplina y votar «no» en la investidura de Rajoy. El divorcio entre el socialismo de Ferraz y su partido hermano de Cataluña sería un grave inconveniente para los dos, mermando considerablemente las posibilidades electorales de ambos.

Jamás se habría llegado a esta situación si alguien no se hubiera empeñado en circular por una calle sin salida. Pero la política, igual que decía Cruyff del fútbol, es un juego de errores.