Resulta chusco ver a multimillonarios como el candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, o el ex presidente francés y de nuevo aspirante al Elíseo, Nicolas Sarkozy, presentarse ante los electores como políticos «antisistema».

De las burdas mentiras del ególatra Trump lo sabemos ya casi todo gracias a enorme eco de la campaña electoral estadounidense en los medios de todo el mundo, pero el populismo de nuestro vecino Sarkozy es igualmente grotesco.

Que el esposo de Carla Bruni, quien, como sabe toda Francia, reside en uno de los más caros y elegantes barrios parisinos, donde el metro cuadrado vale a 19.000 euros, y dispone de una lujosa villa de la familia de su mujer en cap Nègre, se erija en portavoz del ciudadano de a pié entra de lleno en el disparate.

«No busco las bendiciones de ese pequeño París mundano», ha dicho alguien como él que no las necesita porque hace mucho que se las dieron. ¡Y cómo las ha aprovechado!

Pero ahora se dedica a despotricar contra esas elites, según él, totalmente desconectadas de la realidad «que no cogen el metro, ni han visto más que en foto los trenes de cercanías».

El problema no es ya tanto el discurso mentiroso de esos y tantos otros líderes cuanto el hecho de que la gente no sea capaz muchas veces de ver lo que esconden sus disfraces populistas y esté dispuesta a darles su voto.

Lo cual dice también mucho de quienes tienen enfrente: en el caso de Sarkozy, la falta de substancia de su sucesor y rival, el socialista François Hollande, un político que ha terminando malgastando la buena voluntad que en él pusieron los electores.

Y que se dedica ahora contar a periodistas cortesanos asuntos que no deberían interesar a nadie como su relación con las mujeres de su vida. ¡Qué bajo ha caído el Elíseo!