Ya es Navidad en el mercado laboral. También en los despachos de lotería. Y en las estanterías de los supermercados, que comienzan a llenarse de turrón, mazapanes, roscos y demás dulces navideños. Incluso en la calle Larios ya se palpa la Navidad. Desde hace días está instalado el esqueleto que soportará, abovedado, el lucerío. La intensidad de las navidades se mide en cada ciudad por el número de bombillas. Para algunos es un indicador del despilfarro, para otros, de la prosperidad o atractivo. Las luces nos atraen porque somos un poco libélulas, una mijita noctámbulos, un poco consumistas, muy paseantes. La Navidad es una industria, un estado de ánimo, una época que comienza a finales de octubre y acaba por reyes con sobrepeso, cuesta de enero, colesterol y propósito de gimnasio. El periodismo también tiene su Navidad. No hay columnero que se precie que no haya tratado de perpetrar un cuento navideño para colocarlo en torno al 24 de diciembre.

Mientras llegan los villancicos, alegrémonos de las cifras laborales que depara la Navidad: 36.100 contratos en comercio, hostelería, logística y transporte en Andalucía, nada menos que un 24 por ciento más que en 2015. Son cifras de Randstad, que para Málaga asegura que se firmarán 5.500 contratos, casi un cuarenta por ciento más que el año pasado. Esto bien vale un brindis con cava, por mucho que el mercado de trabajo sea así, temporal, sujeto a vaivenes, pendiente de eventos, fiestas, Navidad, verano y Semana Santa. Hay que lograr una Navidad de seis meses para que los contratos de trabajo ligados a ella no duren quince o treinta días.

La Navidad puede ponernos tristones o cachondos, pero el leer que mucha gente va a encontrar trabajo nos pone eufóricos. Eso a su vez nos incita a lanzarnos a la calle y a tomar algo, lo cual contribuye al mantenimiento de esa Navidad, la lúdica, laboral, golosa, disfrutona, paradójicamente pagana. Esa Navidad que en realidad es en algunas calles indistinguible del día en que hay cruceristas en tropel (mañana, 13.000) o cuando es Carnaval o Semana Santa o Feria. O sea, jornadas de gentío y bulla y ambientazo en la que uno se deja llevar sin saber muy bien qué se celebra. Acaso el estar vivo, el que los olores vuelvan a ser estimulantes, el que también florezcan los escaparates de las librerías, el tener la tarde libre. Gozada a todas luces.