Al final, el PSOE ha aceptado lo inevitable, que es el peso de la realidad. Pero es la riqueza de matices lo que hemos echado a faltar en este absurdo esperpento en el que llevamos inmersos desde hace nueve meses. La división en dos de la sociedad española, perfectamente discernible desde un punto de vista generacional y geográfico, cuenta a su vez con una nítida representación en el Congreso, donde el bipartidismo quedó en diciembre (y de nuevo en junio) hecho añicos. La España actual es ingobernable si no se asumen unos pactos amplios y generosos, que pueden resultar para algunos ideológicamente dolorosos. El dilema reside en dónde situar el eje transversal de ese acuerdo nacional: si en el valor plural de la democracia del 78, liberal, europea y parlamentaria, o en otro modelo de representación política que se define a sí mismo como más radical, que gira en torno al derecho a decidir en plebiscito y cuyo objetivo fundamental es terminar con lo que estos partidos denominan el «régimen del 78». El debate derecha/izquierda, en cambio, parece secundario en estos momentos, ya que las posibilidades de pacto son limitadas. La realidad ideológica del país se ha transformado y es ilusorio pensar que podamos salir indemnes de una situación tan marcada por las contradicciones como la actual.

El PSOE ha aceptado lo inevitable, aunque se trate de una abstención pronunciada sólo en voz baja. Habría sido mucho mejor que no hubiese renunciado a la política. Abstenerse no equivale a formalizar una gran coalición ni garantiza nada más que la puesta en marcha de un gobierno, el de Rajoy. La necesidad de servir con la palabra, cuando se carece de las fuerzas indispensables para gobernar, exige a la par valentía y generosidad y, sobre todo, dejar de perseguir los intereses inmediatos. En diciembre, el papel central de bisagra les correspondía a los socialistas y no a Ciudadanos. Era el PSOE el que podía reclamar al PP reformas concretas y compromisos importantes. La situación del país así lo precisaba, más allá de las asfixias presupuestarias concretas. Medidas de higiene democrática, de ejemplaridad pública, de cohesión social o de reforma electoral, por ejemplo. El acuerdo que el PSOE firmó con Ciudadanos suponía un buen punto de arranque. En él se reconocían algunos de los problemas candentes de nuestro país y se proponían soluciones razonables a muchos de ellos. Como sucede con los pactos, no era un texto que agradara a todos -eso es imposible en una democracia parlamentaria- pero planteaba un modelo de reformas creíbles y, en muchos casos, necesarias. En aquel momento, era probable que la suma de los dos partidos hubiera podido incluso exigir la cabeza de Rajoy o, al menos, imponer condiciones duras al PP. No se hizo y se renunció a la política y a la capacidad de influir. La posterior declaración de Sánchez solemnizando la negación del acuerdo -«no es no»- constituye uno de los grandes errores del ya exlíder del PSOE. Sin el PP, la aritmética se complicaba hasta extremos insospechados.

La abstención actual es un mal menor cuyas consecuencias resultan difíciles de predecir. Por un lado, amenaza con romper y debilitar aún más al PSOE. Por el otro, ejemplifica la mediocridad de los partidos y su incapacidad para liderar el cambio. Se prevé una legislatura corta y, de nuevo, sobreactuada por las distintas partes. Los tiempos seguirán siendo difíciles.