Último fin de semana de octubre. Los dueños de las floristerías se preparan para hacer frente a los días de más ventas del año. Que todos vean cubiertas sus expectativas de ventas. Como notaréis, mis comienzos no son del todo alegres, pero, amables lectores, ni lo he inventado yo ni me beneficio en nada de ese lúgubre negocio.

Se dice, se comenta que, aunque el personal sigue falleciendo como siempre, cada vez se venden menos flores para ellos. ¿La causa? Muy sencillo: la costumbre que se va imponiendo de incinerar a los difuntos. Los motivos para ello no son otros que la economía, que como ya sabemos está de aquella manera y los precios de los enterramientos están por las nubes, y la falta de espacio en los camposantos, porque dada nuestra costumbre de vivir en núcleos grandes, no cabemos todos. Que sí, que me he enterado de lo del Papa respecto a las incineraciones. Sin comentarios. Algunos pensarán: «Bruja, más que bruja». Lo malo es que aciertan, sin ser mi intención ofender a estas señoras que antes volaban sobre sus escobas. Pero a mí no se me escapa ni una, las reconozco incluso sin llevar gafas. Hay algunas que, no son tan malas, pero feas sí, mucho, muchísimo, pero si se dejan, las llevo a mi peluquera -Toñi- que las dejaría en media hora guapísimas.

Bueno, pasadas estas fechas hay que ir pensando en las Navidades. ¡Horror! No me critiquen por esta inocente exclamación, es que cada año una servidora cumple un año más y eso conlleva que me cuesta más pensar, cocinar y el resto. Lo crean o no, ya he empezado a apuntar en mi libreta posibles menús. Este domingo tenemos que atrasar el reloj una hora, así que anochecerá antes y tendremos el reloj biológico descompuesto. ¡Paciencia nos dé Dios!