Bastó escuchar a Pablo Iglesias el jueves -en un discurso lleno de desprecio a todo lo que no sea lo suyo- para constatar que el gobierno alternativo que quería Pedro Sánchez era casi imposible. Albert Rivera es otra cosa e hizo un planteamiento interesante pero los dos grandes partidos -muy distintos- siguen siendo necesarios pese a sus graves errores. Algunos como la corrupción sistemática (Gürtel) difíciles de olvidar.

Y hay que levantar acta de que en los últimos tiempos se han equivocado mucho. El PSOE podía optar por el gobierno alternativo o por la abstención técnica para permitir la gobernabilidad porque las dos opciones tenían puntos a favor. E incluso podía recurrir a las dos sucesivamente. Pero con un mínimo de coherencia. Es difícil confiar en un partido en el que el secretario general elegido en primarias y los barones territoriales están en guerra permanente. Cierto que la realpolitik obliga a recordar aquella frase de Adenauer de que «en política hay enemigos, enemigos irreconciliables€ y compañeros de partido», pero las guerras de tribus y los «golpes de Estado chusqueros» no son la manera de adaptar a los tiempos la socialdemocracia.

Y el PP no lo ha hecho nada mejor. Invocar la «gran coalición» tras una legislatura en la que ha ejercido con prepotencia el rodillo de la mayoría y crispado a la sociedad con sectarismo tiene poca credibilidad. Ser el primer partido, presumir de ello y no querer ir a la investidura -aunque sea para perder- como hizo Rajoy roza la irresponsabilidad porque podía abrir una crisis institucional. Finalmente hizo el ridículo -tuvo que rectificar- queriendo forzar la abstención del PSOE haciendo coincidir las terceras elecciones con el día de Navidad.

Pasemos pantalla porque -aunque mal- el bloqueo ha terminado. Pero sigue habiendo peligro. Se ha evitado lo peor -repetir elecciones- pero no es seguro -el propio Rajoy lo reconoció en su discurso del miércoles- el mínimo de estabilidad preciso para gobernar con un mínimo de eficacia. Rajoy aseguró que sabía que se necesitaba un gobierno abierto, que debería construir una mayoría parlamentaria cada día y que tendría que ser capaz de pactar todas las decisiones. ¿Puede el presidente del Gobierno que ha aplicado el rodillo con orgullo presidir ahora otro gobierno que con humildad quiera pactarlo todo?

No es fácil pero es lo que pedía la semana pasada en esta crónica. Y se debe admitir que el discurso de Rajoy apunta en la buena dirección. Pero las palabras se las lleva el viento y hay que pasar a los hechos. La composición del nuevo gabinete será una prueba de fuego relevante. Rajoy necesita incorporar como mínimo a dos políticos que sean garantía de un giro respecto a la prepotencia de la pasada legislatura. Alguien que sepa negociar con otros grupos, básicamente con C´s y el PSOE, y otro que aborde con gran urgencia y actitud abierta el grave conflicto con Cataluña que puede llevarnos en muy pocos meses -mediados del 2017- a un cruento choque de trenes.

Por eso la primera pista la tendremos el domingo por la tarde o el lunes. Un gobierno continuista comportaría una alta posibilidad de fracaso. Otro con incorporaciones de peso generaría mejores expectativas.

Pero el PSOE también tiene mucho que decir porque en el Congreso actual dispone de poder de veto y debe salir de la agónica situación en la que los exclusivismos de Pedro Sánchez y Susana Díaz le han encerrado. Lo importante no es qué tribu socialista gana sino acertar en la difícil tarea de hacer oposición al PP y ayudar a que la economía tire. El PSOE debe ser consciente de que cuanto más empleo genere la economía, menos legitimado estará el discurso paleolítico de Podemos. El jueves Antonio Hernando logró salir vivo. Era condición necesaria pero está muy lejos de ser suficiente.