A lo largo de mi vida he cambiado de opinión muchas veces. Hay quien llama coherencia a pensar lo mismo a los 20 años que a los 40. Yo creo que eso es monotonía y algo de terquedad; cuando no una fantasía. En mi caso, a los 20 años era un tipo muy conservador. Eran varios los motivos pero de poca relevancia para lo que en estas líneas voy a contar.

He tenido la suerte de haber nacido curioso. Siempre he ocupado mi tiempo libre con la lectura, el cine, la música y la radio. Fue el maestro de las ondas Juan Antonio Cebrián quien despertó mis ganas de conocer bien la historia. Y sigo en ello, porque hay mucho por saber. Me interesé por la historia militar, por ésta fui a estudios sobre la violencia, a tratar de saber si la guerra era algo natural o una institución netamente humana, y por fin di con el grupo de autores que en pocos años iba a constituir mi percepción del ser humano y del paraje que habitamos. Lo que hoy llamo mi fértil camino al centro.

El clan de Brockman, el célebre editor y creador de la Tercera Cultura y de la EdgeFoundation, acompañado de autores como Richard Dawkins, Jared Diamond, Roger Penrose o Daniel Kahneman a través de sus artículos y sus libros, iban a cambiar para siempre mi visión del mundo. Si bien el destructor de mis metafísicas sería Steven Pinker y su Tabla Rasa. Tras la lectura de esta obra comprendí que, con los corsés de las viejas derecha (de la que yo provenía) e izquierda, la humanidad avanzaba más despacio. En ambos casos, antiguas convicciones y fobias ancestrales lastraban el progreso. La negación de la ciencia y de la naturaleza humana, la visión ideologizada del mundo y barrer hacia las tesis propias provocan que en múltiples ocasiones se eviten avances que se conseguirían con políticas basadas en la evidencia. En definitiva, que derecha e izquierda son categorías desbordadas por la realidad.

Hasta aquí la ciencia. Pero mi camino al centro tuvo grandes guías en las letras: Chaves Nogales, Orwell, Camus, Victor Serge, Koestlero quien me presentó a los dos últimos: Tony Judt. También partes de Camba o Bruckner. Por destacar algunos importantes y por todos conocidos. Son muchos más, algún día haré una lista de mis españoles, que han sido maestros esenciales.

Permitan que en estas líneas reivindique la necesidad de la unión entre un bloque y otro. La fusión entre el humanismo y la ciencia. Es un error con efectos constantes que uno no pueda pasar por culto sin saber que Shakespeare es el autor de Macbeth, pero que se le perdone, por ejemplo, que Crick y Watson descifraron el genoma y sus consecuencias.

El conocimiento de los hechos sin tintes, las medidas que funcionan porque están basadas en la experiencia y el ensayo científico y el no temer que la verdad pueda demostrar un error en las tesis propias son las virtudes principales del nuevo centro político de España.

Una forma de ver nuestro país lejos de cualquier metafísica y no por ello menos importante;una concepción de España moderna; entender que la patria son nuestras leyes y los derechos de nuestros conciudadanos. Algo tangible. Saber que nuestra nación es la educación, la sanidad, la seguridad o la justicia. Saber también que el futuro no se entiende sin Europa. La tendencia a unir por ese mismo sentido práctico que se invoca.

El nuevo populismo es todo lo contrario: es la vuelta a las metafísicas, a las viejas fórmulas, al miedo, a la identificación del enemigo interior, a una carga emotiva y visceral que busca la afectación emocional de las personas. Viejas ideas en nuevos formatos que no buscan la propuesta, sino que, en un aspaviento constante, claman venganza. En su uso de las bajas pasiones encienden los sentimientos de los nacionalismos periféricos, con los que estos chamanes de la política no tienen ningún problema en asociarse, puesto que quieren combatir conspiraciones y mitologías en una estudiada puesta en escena, en la que un odio común a un enemigo inventado es el leitmotiv. Una pretendida izquierda que admite derechos especiales sostenidos en códigos postales, siendo más importante el suelo que uno pisa que la condición de ciudadanos. Los daños colaterales de este asalto a los cielos son inasumibles. Mala poesía y cara.

En sus Orígenes del totalitarismo, Arendt ya advierte del peligro de hacer política siguiendo estos métodos. El precio a pagar siempre es alto. No es bueno que el populismo señale la fuente de todos los males, ya sean los inmigrantes en el centro y norte de Europa o el capitalismo y «los de arriba» en la zona austral. En el mismo sentido y más cercano a mi juicio en las tesis, Tony Judt señala en Pasado Imperfecto la omisión del deber de denuncia cuando la ideología se sustenta en sentimientos. Que en palabras de Azúa la convierte en religión política, y a sus dirigentes en Cruzados que sirven a una Causa. Una melodía ya familiar.

El antídoto frente a estos chamanes -en el sentido de Víctor Lapuente- es combatir la corrupción y elaborar un discurso pragmático y honesto. No tratar de conquistar las tripas sino la cabeza, y denunciar la piromanía social de los gurús del grito y del cambio de bando del miedo. Por otra parte, hay que buscar nuevas fórmulas, importarlas o inventarlas.

El nuevo centro es adulto y moderno. Adulto porque, aunque nuevo en la esfera nacional, no adolece de los defectos pueriles del populismo. Moderno, porque no da la espalda a la ciencia y a los avances de nuestro tiempo por lastres cardinales.

Llegué a estos postulados por los senderos que construyeron algunos de los mejores pensadores que he tenido la fortuna de leer. Seguro que hay otras rutas. El tiempo y la modernidad terminarán haciendo confluir todo aquí, en el nuevo centro. En mi caso, el camino ha sido el más fértil que he recorrido.

*Guillermo Díaz es diputado de Ciudadanos