A pesar de que la vida sea un océano lleno de infinitas posibilidades, muchas veces se muestra a nuestros ojos caprichosa y limitante, generando la sensación de ahogo en un vaso de agua, aunque en él no se pueda hundir más que un par de dedos a lo mucho.

A medida que las situaciones cotidianas van generando estrés negativo o distrés, es fácil que se desencadene una espiral extenuante en la que las emociones pierdan tonicidad y se vayan volviendo sombrías, inseguras y desconfiadas. Ante esta percepción de falta de control, el cuerpo se va tensando como mecanismo de defensa, para intentar absorber el impacto tanto de la situación externa temida -ya sea real o una pura anticipación de una posibilidad- como del sentimiento que se apodera del pensamiento.

Sin embargo, no son tanto las circunstancias, sino la actitud con la que se capta, interpreta y actúa, lo que verdaderamente protege de los estragos físicos y mentales que puede provocar la sensación de estar constantemente luchando y nadando contra corriente. La fuerza de la naturaleza siempre va a ser mayor que la fuerza muscular de una persona, por lo que resulta mucho más eficaz aprovechar la inercia del curso de las situaciones para coger velocidad y ventaja. Para entenderlo mejor y a modo de ejemplo, el filósofo indio Osho desvela «algunos secretos que los muertos saben y que los vivos no conocen». Y es que los vivos, cuando no saben nadar, se hunden y se ahogan, pero una vez que han muerto, su cuerpo sale de nuevo a la superficie. Es decir, que vivos se hunden, pero cuando el cuerpo se abandona absolutamente, consiguen paradójicamente emerger.

Pero ¿cómo conseguir flotar, dejarse llevar por el río de la vida sin resistencia? Mediante la confianza en que siempre se está en el momento adecuado, que uno es, en sí mismo, la mejor obra de la naturaleza y que los caminos se van abriendo de forma innata a medida que simplemente se va avanzando, sin forcejeos, oposición ni obcecación. Como al corcho, que no hay quien le hunda, el positivismo de Vincent de Gournay sigue siendo de lo más práctico y terapéutico: Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même, «dejen hacer, dejen pasar, el mundo va solo». Sin agarrarse a nada ni a nadie, se puede ahorrar tiempo, energía y sufrimiento, lo cual permite desplazarse con mayor armonía, fluidez y dignidad.