En el Norte, tras un lento goteo en el que las ramas se han ido despoblando, la desbandada llega un día de vendaval de mediados de noviembre. Para gozar de ella no hace falta meterse en los bosques caducifolios, basta estar en la calle en los momentos justos de la escapada general por bandadas, cuando llueven hojas como grandes copos verdes, amarillos o naranjas, que se resisten a tocar suelo y antes forman remolinos. No todas las especies sueltan amarras a la vez, pero interpretar la secuencia con arreglo a esa combinatoria, dando así con las claves profundas de la sinfonía, ya es para doctos. El profano debe conformarse con disfrutar del vuelo de hojas de tilo, saúco, plátano, negrillo o cerezo, mientras aligustres y magnolios, sólo despeinados, observan con las hojas bien sujetas. El instante de la desbandada provoca un raro entusiasmo, como al salir del cole

el último día del curso.