La primera reacción tras la elección de Trump fue un mayúsculo susto. Ahora en la segunda semana está dominando el temor a que el mundo haya entrado en una etapa de gran confusión.

El presidente Obama ha hecho su último viaje a Europa, que está sacudida por una sensación de nostalgia. Todo el mundo lamenta ahora -excepto los populistas de extrema derecha como Le Pen, que se frotan las manos- que el orden americano vigente desde 1945 pueda desaparecer y Europa quede a la intemperie. Obama dice lo que tiene que decir, que América seguirá siendo América, pero ni él sabe lo que va a pasar.

Porque en Washington nadie se aclara. Una nueva administración comporta cierto desconcierto. Pero ahora surgen demasiadas incógnitas. Trump ha cesado como jefe de su equipo de transición -el que debe acordar el traspaso con la administración demócrata- a Chris Cristie, exgobernador de Nueva Jersey, y lo ha sustituido por el vicepresidente Mike Pence. No se sabe la razón pero se apunta la influencia creciente de Jared Kushner, un inmobiliario judío casado con su hija Ivanka. ¿La familia Trump tendrá poder en la Casa Blanca? ¿Habrá conflicto de intereses con los negocios privados?

Trump tampoco da pistas sobre cuál de las dos grandes facciones que le han apoyado, simplificando los republicanos conservadores y la extrema derecha populista, va a dominar. Ha nombrado al republicano Renci Priebus jefe de la Casa Blanca, un cargo clave, pero a su director de campaña y propietario de una web de extrema derecha, Stephen Bannon, estratega-jefe. Match nulo.

Y siguen las dudas sobre el grado de proteccionismo que finalmente implementará, sobre la política exterior (que desconoce totalmente) y sobre la cuantía y las modalidades del impulso fiscal que quiere aplicar.

Un empresario español, Jaime Carvajal Urquijo, que conoce bien los Estados Unidos desde varias multinacionales y la presidencia de Ford España no ocultó el miércoles en Barcelona, en el Círculo de Economía, su preocupación. Dijo que había dos clases de presidentes americanos: los que hacían las promesas de la campaña y los que las olvidaban. Y que quizás los más peligrosos eran los que cumplían su palabra. Concluyo que lo urgente ahora es esperar.