Poderes fácticos era la forma de identificar al ogro en el imaginario de una izquierda todavía ignorante de que todo poder es fáctico, porque si no encuentra la manera de imponerse pierde su condición original. Pese a su aspereza, el término tiene una potencia evocadora que remite a momentos virginales del posfranquismo. Los ´poderes fácticos´ encarnaban al maligno en el catecismo marxista de la chilena Marta Harnecker, prontuario ideológico destinado a armar las conciencias desprotegidas que se abrían al descubrimiento reciente de la política.

Los hijos de esa Transición de la que reniegan -pese a añorar todo de ella, desde la música a los iconos- recuperan ahora con prodigalidad la expresión para explicar los oscuros obstáculos que en España frustran el gran cambio. Echan mano del recurso incluso los vástagos más modositos de aquel tiempo, como Pedro Sánchez, quien en el desconsuelo que siguió a la caída atribuyó a esas fuerzas ocultas su propio fracaso. Su alusión a las supuestas presiones del Ibex 35 fue un desvarío. Con infalible ojo clínico se lo diagnosticó en Sevilla Felipe González, mientras colocaba el dedo de su divinidad sobre la frente de Susana Díaz para postularla al liderazgo socialista. «A mí nadie me dice lo que tengo que hacer, ni en el Ibex, ni siquiera en mi partido ni en el gobierno. Soy independiente: si alguien cree que puede torcer mi criterio por no sé qué intereses, se equivoca y, si además lo cree el exsecretario de mi partido, me entristece», añadió el autodenominado jarrón chino. Magnífica reafirmación del poder personal de quien sentencia en la vida del PSOE sin necesidad de someterse a ningún cauce orgánico o procedimiento reglado. González cumple así con todas las condiciones de un auténtico poder fáctico.

Avisado de ello queda Pedro Sánchez, para que, en el improbable caso, de tener una nueva oportunidad no busque las fuerzas ocultas que lastran sus aspiraciones políticas en las grandes sedes empresariales cuando anidan en su propio partido.