Joder qué duro es ser marqués. Llegan revueltas anarquistas y te pintan el careto, se proclama la Segunda República y te tiran del pedestal y a poco te dan con la piqueta en la meolla. Al río, al río con el marqués, gritaban... En las aguas del puerto acabó. Pasan los años y casi te conviertes en un estorbo. Hasta 1951 no se le adecentó de verdad. Igual para una estatua eso es poco tiempo, pero se me figura que es como si una persona no se duchara ni cambiara de ropa en diez días. Haberlos haylos. En fin, luego te exponen en lo alto de un párking y pagas las iras de todos los automovilistas a los que el Ayuntamiento les roba con semejantes tarifas. Te pegan chicles, te da toda la contaminación en la cara, te cuelgan bufandas en Navidad y no se te sube un mozalbete a los hombros para celebrar una victoria del Málaga o el Unicaja porque esta juventud no está en lo que está.

El marqués de Larios. Su estatua y el conjunto artístico, obra de Mariano Benlliure encargada en 1895 por el alcalde Ramón María Pérez de Torres e inaugurada en 1899, va a ser desplazada de la plaza de la Marina a causa de la peatonalización de la Alameda, que quiere llevarse hasta la calle Larios.

Cuando el monte se quema, algo suyo se quema, decía un viejo eslogan del viejo Icona. La gente lo parafraseaba con gracejo: cuando el monte se quema, algo suyo se quema, señor marqués. Ahora bien podríamos decir: cuando la Alameda se peatonaliza, algo suyo se mueve, señor Larios. O sea, su pedestal. O sea, usted mismo. Son malos tiempos hasta para ser estatua. Que se lo digan a Cánovas, que a lo mejor el hombre está deseando que peatonalicen también ese calvario de cruce en el que está instalado, con los no hombros llenos de cagajones. Allí lo tienen, como estorbando. Parece que su emplazamiento lo hubiese decidido Sagasta.

El II marqués de Larios ha conseguido algo raro en Málaga, un (cierto) consenso en torno a algo: en llenar de terrazas la Alameda, que eso va a ser lo que signifique hacer andables los flancos y no el paseo central. No obstante, el alcalde De la Torre, que en vez de encargar estatuas como Pérez de Torres, encarga inútiles estudios sobre el Guadalmedina, se mostró ayer, según algunas fuentes (no la de las tres gracias) algo dubitativo, para variar.

Tal vez podría ordenar erigir una estatua a Descartes, el de la duda, patrón de nuestro regidor, que a veces duda si dudar y dudando dudando va durando para desesperanza de la oposición, que duda que alguna vez De la Torre deje de presentarse a una elección.

El marqués está en cuestión. Con su sombrero y su bastón. Ni Podemos quiere derribarlo ni los suyos adecentarlo. Qué duro es ser marqués. Ahí está de testigo mudo y pétreo, aguardando la mudanza con las alegorías en los bajos, que parece que también le hacen chanza.