Sí, amables lectores, hoy también luce un hermoso sol en el no menos bello cielo azul malagueño, limpio de nubes y de bichos raros. Por algo dicen que ésta -que no otra- es la tierra de María Santísima. Sin guerras provinciales que esta semana no tengo el cuerpo para muchas jotas, ni para malagueñas, ni, incluso, sevillanas.

Bueno, amables lectores, ¿qué cuerpecito se os ha puesto cuando habéis sido conscientes de los pocos días que quedan para Navidad? Yo, que canto como un grillo, me he puesto a entonar la copla de la Piquer: «Que no me quiero enterar, no me lo cuentes vecina». Sí ya sé que son fiestas muy familiares y que pasan una vez al año. Ya, pues sigo con «no me quiero enterar», ya no tiene una el cuerpo para muchas jotas. A pesar de ello ya tengo cocinado el segundo plato, y, les aseguro que me he lucido. Está rico, rico. Cosas de abuelas gruñonas. Mi solidaridad para con mis iguales.

A todas las que cocinan para sus hijos y nietos en estas fiestas les deseo que al final del banquete navideño les aplaudan con mucho cariño. Ser abuela es un lujo sin igual.

¡Madre del Amor Hermoso! Acabo de mirar a mi vecino el Monte San Antón que ha pasado de estar limpio de nubes a estar cubierto por la borrasca del siglo, en no más de veinte minutos. Me siento culpable. No se debe hablar mal de unas fiestas tan entrañables.

No, si en el fondo estamos contentas, lo que me ha ocurrido que el primer intento de guisar la carne se me ha quemado. Sólo les ocurren a las que lo han intentado, el resto sólo comen, sin comentarios. Bueno, quizás, si la suerte nos acompaña, el próximo año no nos ocurra ningún percance digno de destacar. Un abrazo.