Ayer me levanté temprano y mientras tomaba café y magdalenas difundí por las redes sociales un par de artículos de mi periódico. Pero caí en la cuenta de que era el día de la Constitución y decidí borrar los tuits no me fueran a confundir con un anti constitucionalista que había decidido no tomarse el día de fiesta. Me volví a acostar.

Al rato supuse que el mundo ya habría tomado nota de que estaba fuera de juego, de holganza, planchando la oreja, de día libre, puede que el exterior me imaginara comprando filetes para una barbacoa. Tal vez... y me puse a pensar. Muy en silencio. Pero me salió un pensamiento como de admiración a la Constitución, un pensamiento tirando a redondo, rebatible pero consistente y temí entonces que el pensamiento saliera por la ventana, llegara al portal, se expandiera por la calle y alguien señalara con desdén: «Ahí vive un constitucionalista».

No supe qué hacer. Para empezar, me dije, podrías aclararte sobre qué piensas de la Constitución. Se me ocurrió que nuestra carta magna no consagra el derecho de todos a las magdalenas y como yo tenía una bolsa entera me sentí afortunado. También tenía algo más de café y una televisión moderna en la que podría ver los actos con motivo del aniversario constitucional. La encendí pero me salió un programa de casoplones. Una señora de unos 86 años que quizá aparentaba 85 decía que lo que más le gustaba de su ático en Manhattan era el grifo del tercer cuarto de baño, que era de estaño. Cambié de canal y salió Extremeños por el Mundo. Un chaval muy majete de Badajoz explicaba cómo era su vida atendiendo una filatelia en Bucarest. Se me ocurrió que el colmo de un filatélico es no pegar ni sello, pero no estaba la cosa para gracietas. Continué con el zaping y me enteré de que Bill Gates había piropeado en su blog la labor de Suárez en la transición. Eso me dio que pensar. Otra vez. Cerré rápido las ventanas, no está la cosa para compartir pensamientos íntimos. A continuación comenzaron los actos en el Congreso de los Diputados.

Vi a célebres periodistas tomando incómodamente notas de lo que decían algunos padres de la patria con pinta de hijos de la burguesía. Quité la voz al receptor, que es como palabra antigua. El silencio se me hizo insoportable. Abrí las ventanas. Ahora el receptor era yo. De una mareante algarabía