En la rutina también caben objetivos modestos como dejase caer en una siesta de sofá después de comer, un reposo de 20 minutos que se regula solo, llega puntual y se va oportuno. Pero los objetivos modestos han de enfrentarse a objetivos mayores como los que se marcan las empresas de comunicación, financieras y aseguradoras para fin de año. Los objetivos de empresa son muy subjetivos.

-Este año facturaremos X por ciento más.

-Pero si somos Y menos.

-Le falta implicación en los objetivos de empresa, señor Z.

Los objetivos son siempre crecientes, llueva o haga sol, y eso hace que, más que subjetivos, sean arbitrarios. Se marca una cifra y ella misma provoca la escalada de hielo de los cálculos. Y todo esto sucede mientras uno sólo pretende dormitar un cuarto de hora, antes de seguir atendiendo los objetivos de la empresa donde trabaja.

Los objetivos son anuales y a estas alturas entra la prisa por cumplirlos, aunque sea imposible. Las empresas apuran a los cómites, que azuzan a los galeotes y por eso las llamadas telefónicas al fijo y al móvil decapitan las cabezadas en estas fechas en las que la gente no tiene necesidad de sestear sino de suscribir un nuevo seguro de vida, hacer una aportación extraordinaria a un fondo de algo, cambiar de modelo de móvil o de oferta telefónica o de compañía de telecomunicaciones. Las empresas tienen que alcanzar sus objetivos, no pueden dormirse y los consumidores tampoco.

Estos días, arrancado abruptamente de la molicie, se conocen las voces de algunos de los nuevos contratados para la campaña navideña de los que alardea el Gobierno y se ve que el país funciona, tiene unos objetivos que cumplir, me cago en su madre. Y, dentro de la dinámica, la lógica y la retórica empresarial, conviertes la siesta no en un objetivo modesto sino en un ambicioso reto.