Quizás sea falso ver la elección de Trump como un error de la historia, un fatal siniestro a la espera de ser reabsorbido por la normalidad. Quizás Trump sea, más bien, la expresión caótica de un engendro reaccionario gestado largamente en las entrañas de USA. La caricatura, las formas paródicas, serían la máscara, un kitsch para excitar a sus propios bárbaros y asustar al enemigo. Volviendo a ver hace poco en la tele Instinto Básico, buen thriller erótico de Paul Verhoeven, de 1992, pensé que su osadía queda hoy fuera de lugar en el clima moral de Hollywood. La restauración pausada de viejos tabúes morales en el cerebro del Imperio era un síntoma de lo que antes o después vendría. El machismo rampante de Trump se expresa con desvergüenza pero en el fondo formaría parte de la misma restauración. Trump sería, bajo esta hipótesis, el punto externo de ruptura en una tectónica profunda.