Siempre hay una primera vez para todo y esta semana, por primera vez en mis 35 años de vida, me he montado en una ambulancia. Por fortuna para mí y no tanta para el enfermo, me tocó el asiento del acompañante. Paciente, pero sólo de compañía. Es los convulsos tiempos sanitarios en los que vivimos en Andalucía, con colapsos en los servicios de los hospitales de la provincia, aperturas de centros que llegan tarde y a destiempo, y protestas masivas en las calles, lo fácil sería sacar la ametralladora, cerrar los ojos y disparar indiscriminadamente contra todo aquello que se mueva y lleve en la pechera el logo del Servicio Andaluz de Sanidad, el que tanto defiende y agita la presidenta Susana Díaz como bandera de su gestión, el que tanto critica el propio personal del mismo, denunciando carencias en cada uno de sus escalafones y al que los usuarios, que bien podríamos dar gracias por tener un servicio de asistencia gratuito, muchas veces sufrimos que no sea de la calidad que creemos que debería tener. Sería lo fácil rajar, ya digo. Y puede que de haberme hervido más la sangre durante la excursión en ambulancia o de haber sido de mayor gravedad el motivo o de mayor cercanía su protagonista, puede que hubiera abandonado la contención en esta parrafada de sábado y me hubiese dejado llevar por la ira. Pero no hubo ira, sino duda. ¿Es normal que desde la primera llamada al Servicio de Emergencias 112 hasta que llegó la primera ambulancia transcurrieran, siendo benévolos, casi 20 minutos? ¿Es habitual que para el traslado de un enfermo tenga que cambiarse de ambulancia, que al conductor del segundo vehículo haya que indicarle cómo se llega a determinada calle y que, al llegar, departa de asuntos triviales y, por supuesto, no médicos con sus compañeros del servicio de emergencias? ¿Suele ocurrir que el diagnóstico de la primera asistencia no tenga absolutamente nada que ver con el segundo, ya en las Urgencias del hospital? ¿La atención dedicada habría sido la misma con una gastroenteritis, con un fuerte caída, con un amago de infarto? «Da vértigo imaginarlo», pensé cuando salí de las Urgencias del Hospital Civil y me fui para mi casa. Porque sólo fue eso, vértigo.