El bulo no se inventó en internet pero su divulgación ha avanzado una barbaridad a través de la web. Por ejemplo, un estudio ha revelado ahora que los titulares de noticias falsas engañan a los adultos estadounidenses el 75 por ciento de las veces. Es decir, los americanos se creen casi todo lo que leen sin preocuparse cuál es el origen y tampoco de verificar la naturaleza de la información que reciben.

Muchas de las falsedades compartidas en las redes sociales contribuyen, naturalmente, a moldear una opinión pública desinformada como se ha demostrado manifiestamente en las últimas elecciones americanas en las que la munición propagandística manejada acabó por confundir aún más a los electores, que prefieren leer lo que les gustaría que fuera cierto en vez de lo que realmente sucede. Obviamente no sólo pasa en Estados Unidos, aunque esta vez el análisis corresponda a Ipsos Public Affairs para la publicación BuzzFeed News.

No acudir a la fuente, a las cabeceras informativas fiables, supone arriesgarse a que cualquiera le time con noticias inventadas o deformadas en muchos casos de manera orquestada. En los muros de Facebook, por poner un caso, se puede colar cualquier sapo o culebra que inmediatamente alguien se encarga de compartir o propagar creando el efecto más indeseable que existe para el objetivo sagrado de la veracidad.

La información y la desinformación son ya una constante de la política moderna que alimentan la inmadurez y el sectarismo de quienes quieren leer únicamente lo que coincide con sus opiniones, desechando las informaciones que le incomodan.

No va a ser fácil darle la vuelta a la tendencia y acabar con este triste fenómeno viral.