Decía en mi última columna que vivimos tiempos de alternativas difusas. La crisis ha roto los parámetros tradicionales de la política contemporánea: una política que se tensa hacia los extremos y donde aparece, precisamente, una derecha populista. Se trata de una manifestación de un tipo de derecha radical o extrema derecha que, en mi opinión, forma parte de una evidente derechización de la política. En este contexto, una de las preguntas que habría que hacerse es si estamos en presencia de un nuevo conservadurismo.

Borges dijo que «ser conservador es una forma de escepticismo». Aparte de para justificar su propia relación con la política, sabía perfectamente que los conservadores conciben la política sin ilusiones en lo atinente a su capacidad transformadora como a la de los seres humanos y, por tanto, desconfían profundamente de quiénes niegan la realidad para intentar transformarla a través de una utopía sostenida a través de una ideología. No es extraño que uno de los padres del conservadurismo político, Edmund Burke afirmara que «Nada universal puede ser afirmado sobre un tema moral o político» y que frente a este realismo político estaban «los especuladores de la política». De hecho, la Revolución Francesa fue el lugar donde los males de la especulación política se hicieron visibles en su totalidad. En la teoría política desde Edmund Burke pasando por Michael Oakeshott con su «política del escepticismo» ser conservador implica una llamada a la política realista, a la tradición, al escepticismo con la política de las ideologías utópicas y el cambio social.

Desde la década de los ochenta, el neoliberalismo o neoconservadurismo de entonces, sobre todo, el thatcherismo -sin olvidar el reaganismo- cambió la faz ideológica de la derecha mundial y, por supuesto, de la izquierda. Después ha habido neocon y otros herederos diversos de todo aquello. Sin embargo, lo peor de hoy es que como en los ochenta, están en los mismos lugares, sin embargo, las dosis de incertidumbre son mayores. Lo único que sabemos de Trump es lo que nos inquietan sus decisiones, de momento: nombramientos de personas de un conservadurismo tan radical como el discurso exhibido en su campaña. En el caso británico, el Brexit sólo parece revelarnos que la desconfianza expresada hacia Europa y sus élites, no es más que un reforzamiento de las suyas y de sus propios intereses. Le Pen en Francia y las elecciones Alemanas donde Merkel puede ver peligrar su hegemonía.

La paradoja es que la defensa de la política real y de la tradición, ya sea el sueño americano, la grandeur o una nación fuerte, no implican políticas democráticas racionales de solución de los problemas a esos ciudadanos que les votaron por indignación o porque vieron en ellos la alternativa a las otras opciones políticas, sino que lo que habrá que ver es qué cumplen de su discurso excluyente y sí, en cambio, cómo hacen una política al servicio de las élites que les apoyaron y de ellos mismos como clase política, olvidándose de ese pueblo y de esa clase media a la que se dirigieron. La democracia se desequilibra de nuevo con estos nuevos conservadores: con su liderazgo, con su estilo de hacer política y con sus políticas. Atentos.

*Ángel Valencia es catedrático de Ciencia política de la Universidad de Málaga