Hoy quiero ponerme en el lugar de esos papás que tienen hijos que juegan a baloncesto. Hay muchos padres que inscriben a su hijo a un club porque era el deporte que ellos practicaban de joven o porque son aficionados. Otros tienen la fortuna de que son sus hijos los que demandan jugar a baloncesto y ante esto es muy difícil poner excusas. ¿A quién no le gustaría ser el padre de Alberto Díaz? ¿O de Luka Doncic...? Pero esto no es lo normal. Que tu hijo se pueda dedicar profesionalmente a jugar a baloncesto es de una entre cien millones.

Inscribirlos a un club es una decisión muy acertada, yo no puedo decir otra cosa. En innumerables ocasiones he escrito de los valores que un deporte colectivo como el nuestro puede aportar a la formación de los niños que lo practican.

Hasta aquí todo es muy bonito. Pero todo ni es tan bonito ni tan fácil. Esto nada tiene que ver con apuntar a un hijo a una actividad extraescolar que tiene un horario fijo cada semana y que si un día falta no pasa absolutamente nada. Cuando un hijo forma parte de un equipo adquiere una serie de compromisos con su entrenador y con sus compañeros. Forma parte de un colectivo en el que tiene un rol y su presencia es fundamental para el funcionamiento del equipo. Muchos de esos compromisos escapan a la responsabilidad de los niños en función de la edad que tengan. Ellos no pueden faltar a entrenar por cualquier motivo y tienen que llegar puntuales. Todos sabemos que en la gran mayoría de casos no son los chiquillos los que se desplazan solos a entrenar. Hay que asumir la responsabilidad de perder la opción de tener la tarde libre para dedicarla a lo que más te plazca por llevar a tu hijo a su entreno. Una vez allí, en muchos casos asistes como espectador. Es algo muy habitual y los entrenadores están acostumbrados. Imagínense por un momento que apuntan a su hijo a clases de piano. ¿Asisten ustedes a la clase? ¿Está permitido?

Hace poco vino a un entreno de mi equipo Boza Maljkovic. Él le dijo a mis chicos varias cosas muy interesantes. Una de ellas, que en sus casas debían hacer caso a sus padres porque tenían mucha experiencia y querían lo mejor para ellos, pero en la cancha solo debían hacer caso a su entrenador, nunca a sus padres. No pasa nada porque veas el entreno del equipo de tu hijo. Ver cómo progresa, cómo trabaja en equipo, cómo aprende a jugar. El problema es cuando se está en la grada haciendo gestos de cómo debe poner la mano para tirar tu hijo o comentándole si debió tirar en vez de pasar. Si encima los comentarios son a otro chiquillo de por qué no le pasó a tu hijo pues apaga y vámonos. ¿Alguno se pone en lugar del entrenador en esa situación? ¿No es una falta de respeto?

Pero esto no es todo. Están los fines de semana. Tener a un hijo en un equipo implica levantarte temprano el día que posiblemente descansas, desplazamientos ya llueva, nieve o haga frío o un calor insoportable. Olvídate de tu partido de pádel o de quedar con tus amigos para comer. Lo mismo tu hijo tiene un torneo amistoso por la tarde y hay que llevarlo también. O le tocó jugar en domingo. O sábado y domingo. Además, las reglas de juego obligan a tener un mínimo de jugadores en cada partido por lo que no vale decidir que a este o cual partido no puede asistir mi hijo. Hay que tener muy presente siempre ese compromiso como padres aquel día que tu hijo se inscribió en el club.

Debe ser gratificante ver a tu hijo meter una canasta o ganar y eso compensa todo. Pero también hay que prepararse para sufrir con él cuando pierda o cuando haga un mal partido porque es en ese instante cuando más necesita a sus padres.

Entiendo que todo esto da miedo a veces y que no todo el mundo está dispuesto a ese enorme sacrificio de que tu vida esté enfocada en darle la oportunidad a tu hijo de hacer un deporte colectivo. No pasa nada si no estamos dispuestos a hacer ese esfuerzo y no se es peor padre por ello. Pero si inscribimos a nuestro hijo a un club para que forme parte de un equipo debe ser con todas las consecuencias. Aquí no valen medias tintas.