Cualquier piratería despierta sentimientos encontrados, que están ya pegados al nombre. Nos gustan las películas de piratas, con su audacia antisistema, su gusto por la libertad y su extraña ética corporativa, pero la imagen de John Silver, en La isla del tesoro, estaba en nuestras pesadillas infantiles. En cuanto a la que hoy se llama piratería, gracias a la que gozamos de la propiedad intelectual ajena o contratamos servicios con quienes no tienen licencia ni pagan al fisco, nos tiene sobornados haciéndonos beneficiarios de su propia acción pirata. Detrás de eso vienen excusas, justificaciones, apelaciones a la libertad o al derecho de todos a disfrutar de cosas que están ahí, pero toda esa cháchara no aguanta un soplido del sentido común. El gratis total sólo está bien cuando esa gratuidad no la acaba pagando el que hace un trabajo y luego no puede cobrarlo, ni vivir de él.