Mientras dos izquierdas en conflicto interno dirimen su futuro, Rajoy se prepara para un congreso de exaltación. Esa contraposición resuelve cualquier posible duda sobre quién va ganando el partido. Pese a todo lo que los distancia, las diferencias entre PSOE y Podemos se evaporan al constatar que ambos coinciden en su intento de resolver las divergencias fortificando al que manda. El programa político, que marca el mínimo territorio común que unifica a todos los que se vinculan a una organización, será a partir del nuevo Vistalegre, con el voto conjunto de proyecto político y equipo dirigente, un estricto ideario anclado a sus guardianes. Esa consumación de una metamorfosis, que comenzó cuando los círculos mutaron en pirámide, consagra a Iglesias como líder indiscutible de un híbrido imposible entre partido y movimiento y condena a una parte de Podemos a buscarse otro espacio propio. Será una ruptura más en una izquierda ya fragmentada, que, como efecto externo, acentuará la parálisis del grupo parlamentario de Podemos, al borde del fuera de juego desde el desbloqueo de la legislatura. La gestora del PSOE, que no asume su condición de anomalía orgánica, sufre como un incordio la proliferación de plataformas de la militancia que exigen abreviar el calendario del congreso. Los dos meses y medio transcurridos desde la quiebra del partido, con el desalojo de Pedro Sánchez, han servido para que se organice la resistencia y muestran el escaso poder lenitivo del tiempo, al que sus dueños orgánicos fían el cierre de una herida interna que cada día escuece más. Quienes manejan el PSOE dejan claras sus preferencias entre las opciones que se enfrentarán en el congreso en fecha todavía por fijar. Javier Fernández se presenta como uno de los barones que más empeño puso en calzar con zapatos de cemento al anterior secretario general tras las elecciones de diciembre. Con un lastre equivalente, por ejemplo, el PSE no estaría en el Gobierno vasco. En el seno del socialismo, la confrontación es entre quienes buscan una ruptura del actual mapa político acercándose a aliados ahora proscritos y quienes quieren recuperar el partido de mayorías en solitario que fue el PSOE, algo difícil cuando todavía no ven suelo. El temor a que medir fuerzas en este momento suponga la desautorización de toda la línea trazada que sustenta a la gestora es la razón primordial para diferir el cónclave. Otro caso en el que se impone el miedo a las urnas, comprensible ante la proliferación de triunfos de lo imprevisto.