Era un viernes en Londres en los comienzos de la primavera de 1938. El 11 de marzo exactamente. En España una durísima guerra civil se encontraba camino de su tercer año. Mientras tanto la tensión en Europa seguía aumentando y no pocos observadores auguraban el pronto y trágico final de la efímera paz reinante en un continente que había salido hacia solo 20 años de una guerra atroz.

En el número 10 de Downing Street, la residencia de los primeros ministros británicos, oficiaba de anfitrión Neville Chamberlain, el ´Premier´ británico. En un almuerzo de despedida ofrecido a un embajador extranjero, en nombre del Gobierno de Su Majestad Británica. Entre los invitados estaba Winston Churchill, el correoso líder político convertido en uno de los mas elocuentes y firmes antagonistas del Tercer Reich. Le había llamado la atención que el embajador alemán en Londres, el señor Joachim von Ribbentrop y su esposa fueran los destinatarios de ese honor. Excesivo, aunque el motivo de su regreso a Berlín fuese para tomar posesión del cargo de ministro de Asuntos Exteriores del Reich. La ya habitual obsequiosidad de Chamberlain con el líder alemán, Hitler, podría ser la explicación de ese privilegio.

Ya cerca de los postres, se acercó un ayudante a Sir Alexander Cadogan, el subsecretario permanente de Asuntos Exteriores británico, al que entregó un mensaje urgente. Mensaje que Sir Alexander compartió discreta e inmediatamente con el anfitrión del almuerzo y primer ministro. Se informaba en ese despacho que las tropas alemanas estaban a punto de cruzar las fronteras de la vecina Austria. El ´Anschluss´, la anexión de Austria al Gran Reich Alemán era inminente. Con cierta urgencia y con el debido respeto a las buenas formas se levantó la mesa media hora después. La independencia y las libertades de los ciudadanos de Austria simplemente habían dejado de existir. Aprovechó Frau von Ribbentrop ese intervalo para comentarle a Churchill que debería ser cuidadoso para no estropear las amistosas relaciones entre Alemania y el Reino Unido. Un ´faux pas´. No se conoce la respuesta a la señora Ribbentrop del habitualmente mordaz Sir Winston Churchill, en el caso de que ésta se hubiese producido.

Ocho años y medio después de ese almuerzo en el 10 de Downing Street, Joachim von Ribbentrop fue juzgado por el Tribunal de Nuremberg, tutelado por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Lejos quedaba aquella foto oficial suya con su bien cortado uniforme de ´Obergruppenführer´ y general de las SS. Se le acusaba de complicidad en los crímenes de guerra y genocidio del régimen nazi. Fue condenado a muerte. Entre los juristas que le juzgaron se encontraba un prestigioso fiscal británico: Sir David Maxwell Fyfe, primer conde de Kilmuir. Fue posteriormente Lord Canciller de Gran Bretaña y uno de los redactores de la Convención Europea de Derechos Humanos. Sus interrogatorios para despejar dudas sobre la culpabilidad del acusado von Ribbentrop en la agresión a Austria y otros delitos son legendarios. Von Ribbentrop fue ajusticiado en Nuremberg, en la madrugada del 16 de octubre de 1946.