Susana Díaz ya no se esconde. Es más, se exhibe y está dispuesta a seguir la dieta mediática que su núcleo duro le ha recetado tres veces al día para borrar de la mente de militantes y votantes su participación activa los días previos al comité federal del 1 de octubre que forzó la dimisión de Pedro Sánchez y permitió a Mariano Rajoy sestear unos cuantos años más por la Moncloa. Todos los barones socialistas deben saber ya a estas alturas que la secretaria general del PSOE andaluz ha llegado al río y está dispuesta a cruzar el puente que conduce a la cuarta planta de Ferraz, la sede socialista madrileña. Y si es sin primarias, mejor, un engorro innecesario en estos tiempos donde nadie otea un liderazgo emergente que pueda disputarle el trono a la baronesa del sur. Sólo el inconsciente y amortizado Pedro Sánchez se ha lanzado a la carretera, pero cuantos más kilómetros recorre más se aleja, sin saberlo, de la meta. El paso del tiempo es tan implacable como los medios de comunicación, que colocan al exsecretario general en la sección de ‘breves’, quizás haciendo un maléfico juego sobre el espacio temporal de su convulso y errático reinado. «Niño, guarda un breve, a ver qué ocurrencia tiene hoy Pedro».

Es sabido que Susana Díaz quiere ser la nueva secretaria general del PSOE por incomparecencia del rival. Nunca ha participado en unas primarias por falta de contrincantes o por que frustró anteriores intentos por alcanzar el liderazgo del PSOE tras la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba debido a la proliferación de candidatos que tienen la manía de medir en primarias su liderazgo. Entonces, Díaz se limitó a ver cómo bajaba el agua revuelta por el río y, para evitar ahogarse antes de tiempo, apostó por un joven e inexperto Pedro Sánchez con el convencimiento de que no osaría a romper el pacto de no autoproclamarse meses después candidato del partido a la presidencia del gobierno.

Susana Díaz no puede esperar más para hacer oficial que ella es la que manda en el PSOE. Todos lo tienen claro a pesar de la generosidad del presidente de Aragón y secretario regional del PSOE, Javier Lambán, que auguró que «Susana Díaz acabará mandando». Lambán fue muy educado en su apreciación. Susana Díaz manda en diferido en el partido desde los días previos al sonrojante comité federal del pasado 1 de octubre, donde toda España presenció en directo cómo saltaba por los aires un partido que en solo seis meses pasó de tener oportunidad de pisar la Moncloa a verse inmerso en una de las peores crisis de sus 137 años de historia, sin secretario general, en manos de una gestora y con un cisma orgánico que no tiene visos de cerrarse a medio plazo por muchas costureras que tengan.

Es cierto que falta por conocer cuándo hará pública su candidatura a la secretaria del PSOE, aunque ya presentó sus credenciales a finales de noviembre cuando en una entrevista afirmó que era compatible ser presidenta de la Junta de Andalucía y liderar el partido. A la espera de que se fije el proceso y la fecha del congreso, Díaz eleva cada día un poco su discurso de estadista, maneja la estrategia del grupo en el Congreso, ajusta su agenda institucional, vira los cañones del gobierno andaluz contra el gobierno de Rajoy y golpea sin piedad al populismo de Podemos.

Desde hace meses, la presidenta andaluza, hábil en el manejo de los tiempos, ha diseñado junto a sus máximos colaboradores una agenda calculada de actos, mensajes y gestos para aumentar su presencia en la escena nacional y ha sacado a la calle a todas las costuras disponibles para hilar y recomponer las heridas con la militancia y cargos públicos socialistas más allá de Despeñaperros. La líder socialista viaja hacia ese puente que conduce a Ferraz con un equipo de veteranos socialistas que conocen todos los intríngulis del partido y en los que confía plenamente para alcanzar sin muchos sobresaltos el liderazgo del partido. Su jefe de gabinete, Máximo Díaz-Cano, es el muñidor en la sombra, la cabeza pensante; Juan Cornejo, el «dos del PSOE andaluz», es el fontanero perfecto para tener engrasada la potente federación andaluza. Y está tan fina la maquinaria que la caravana de Pedro Sánchez evita Andalucía y envía a Sevilla a Odón Elorza para recabar apoyos entre los pocos críticos. El tercer hombre es Manuel Jiménez Barrios, vicepresidente de la Junta, el hombre tranquilo que sabe ver a largo plazo y que asesora con la experiencia de haber sobrevivido a las constantes crisis del socialismo gaditano. Un cuarto puntal es Mario Jiménez, el hombre de Díaz en Madrid, cuya misión fundamental es la de pilotar la gestora al ritmo que le marca su jefa y alejando lo máximo posible en el tiempo el congreso donde se elija al futuro secretario general.

Con estos mimbres y el apoyo de casi todos los barones socialistas, Susana Díaz inició el viernes oficialmente su carrera hacia la sede madrileña de Ferraz. Y lo hizo en un mitin (su terreno natural) preparando al milímetro en Jaén. Allí rescató del olvidó al enterrado José Luis Rodríguez Zapatero y reivindicó para los socialistas las políticas sociales al cumplirse los diez años de la Ley de la Dependencia. Falta le hacía agarrarse a la esencia de su partido, pues las otras dos líneas rojas que trazó para salvarlas de los recortes (sanidad y educación) estaban erosionando la capacidad de gestión de la baronesa del sur.

Antes de esta puesta en escena, Susana Díaz ha ido sumando adeptos y halagos sin parar. En plena crisis entre el PSC y el PSOE se hizo una fotografía con el secretario general del Partido Socialista de Cataluña, Miquel Iceta, en Sevilla, que se tradujo en un respaldo. Días después cerró filas con Ximo Puig; viajó casi como jefa de estado a Bruselas con una agenda institucional y de partido; numerosas entrevistas en las principales cadenas de televisión..., mientras que a Sánchez se le vio la última vez repostando gasolina o hablando de democracia participativa en Berlín.