Cuenta la leyenda que cuando Paco de la Torre llegó a la Gerencia de Urbanismo de la mano de Celia Villalobos, en la primera comida de trabajo todo el mundo se dirigía casi automáticamente a la marisquería de rigor a dar buena cuenta de un almuerzo a costa del erario público, él, sin embargo, encomendó a todos a dirigirse al bar más cercano a tomar el menú del día, con sopa de picadillo de primero, y allí, y así, se celebró lo que se tuviera que celebrar. Totalmente veraz o no la anécdota, quiero pensar que ese espíritu de De la Torre de un alcalde austero en cuestiones importantes y centrado en la buena gestión de la ciudad es el que acabará reconociéndole la historia. No obstante, no parece que solo eso sea por lo que vamos a recordar a Francisco de la Torre. Un buen alcalde con dos grandes problemas: algunas malas decisiones y un buen puñado de no decisiones, todas aquellas cuestiones en las que por no querer decidir, siempre se ha salido por la tangente, bien con un problema con la Junta, o bien con la búsqueda de la quimera del consenso, ese comodín que en muchas ocasiones ha paralizado proyectos para la ciudad. Solo así se entiende que aún gran parte del Centro parezca una ciudad derruida, los Baños del Carmen sigan sin certidumbre o hayan ocurrido fiascos como el Astoria o las gemas. En cualquier caso, juzgar como alcalde a De la Torre no tiene mucho sentido, un alcalde que ha ganado varias mayorías absolutas en las urnas y esta última la ha ganado negociando. El tan de moda ahora pueblo ha refrendado siempre su gestión, y sólo su esposa y gran mujer, Rosa Francia, ha sido capaz de vencer su tenacidad de morir con las botas puestas. Málaga es Delatorrista, y eso es lo único que habrán de tener en cuenta los futuros aspirantes. No está claro ni qué partido, ni qué político conseguirá heredar toda la Málaga a la que Paco de la Torre le ha dado la mano dos veces. Comienza el espectáculo.