En estas fechas la cosa podría ser más o menos así:

-Buenas tardes, ¿tienen mesa para veinte comensales para almuerzo pasado mañana? -pregunta telefónica del cliente al restaurador.

-No, lo lamento, la mesa más grande que tenemos es para diez comensales. Una mesa así le va a costar trabajo encontrarla en los restaurantes de esta zona -respuesta del restaurador al cliente, que retoma la palabra.

-Perdón quería decir que si tienen sitio para veinte personas.

-Sí, claro que tenemos sitio, señor, esta casa, que es la suya, tiene casi ochocientos cincuenta metros cuadrados... -responde el restaurador con tono sobrado.

-Pues, entonces, por favor, tome nota de una reserva para veinte personas para almuerzo pasado mañana. O sea, dos mesas de diez. Y, si es posible, que estén próximas -explica el cliente.

-Lo siento, señor, pasado mañana, tanto para almuerzo como para cena tenemos todas las plazas cubiertas -le responde el restaurador.

La literalidad, sin ningún género de duda, es la manera más precisa y directa de comunicarnos. Eso sí, para que esta afirmación sea verdadera, habríamos de añadir «entre iguales», porque de no ser así, la cosa puede tomar tintes surrealistas. Veamos otra escena-ejemplo, esta vez en un estanco:

El cliente, ciento noventa centímetros de señor de magnífico buen ver y en edad madura de seguir mereciendo mucho, se aproxima al mostrador. La estanquera, moza también de magnificente buen ver y aún mejor merecer, ipso facto abandona el Tetrix, se recompone la blusa y, apoyándose en el mostrador con el ángulo más eficiente para mostrar su canalillo, de la 34 D, con seductora sonrisa, se dirige al caballero:

Buenas noches, ¿puedo ofrecerle algo...?

El apuesto cliente, que la ve venir, le hace ojitos proponentes mientras le muestra el block de notas de su telefonillo listorro, en el que se lee literalmente:

-Lo siento, yo English. No habla espanol. Esto translated by robotic engine translator: Dónde puede comprar light-emitting diode 110º apertura de haz, por favor?

Y la dama se encogió de hombros, y así permaneció, decepcionada, hasta que el caballero, aún más decepcionado que ella, de una sola tacada comprendió que se les había roto el amor antes de usarlo, y que los ledes y el inglés no eran el fuerte de la hermosa dama...

La literalidad existe para que los poetas la transgredan, y para que las aves de mayor agilidad en sus plumas la desprecien. También para que los afectados por el Síndrome de Asperger se identifiquen, porque los Asperger no atienden ni entienden el doble sentido de la metáfora, ni la metonimia, ni el calambur, ni la hipérbole, ni el oxímoron, ni la paradoja, ni la dilogía... La literalidad existe para ser interpretada, no para ser entendida, por eso, la literalidad que no es ejercida entre iguales, es un parto de ideas que nacen muertas, hasta para el que las «defiende». Qué malgasto de presupuesto, de energía y de sensibilidad verdaderas son los partos que alumbran ideas muertas...

No obstante, la literalidad, en estos tiempos en los que el grueso de las letras que componen el escaparate de los medios de comunicación y difusión depende de las lunas paganas del «anunciante», es una pseudoherramienta partidariamente útil para construir el discurso trabalenguas de lo imposible. No son pocas las veces que armamos palabras trabalenguadas, basadas en ideas que por su equidistancia contravienen todos los principios de la Ley de la Gravitación Universal de Newton, tan discutida últimamente. O sea, una farandulera e inverecunda farsa teatralizada con decoro teatrero, para tranquilidad primero, e intranquilidad después, de los afectados que no nos enteramos de nada. Quizá, quién sabe, esto ocurra porque cuando no se quiere decir la verdad no es posible hablar claro. Si no, no lo entiendo...

Alguien, que, obviamente, no es su secretaria general para el turismo, que goza de unas neuronas turísticas bien organizadas, aconseja mal en turismo al consejero Fernández Hernández. Y un consejero mal aconsejado no parece ser lo más aconsejable. Le sugiero, por ejemplo, que eluda literalidades saltimbanquis como el turismo sanitario, que es más sanidad turística que otra cosa; que evite la entelequia del turismo industrial, que, aunque satisfaga algunos egos, es un torpe neologismo de literalidad simplista; que no hable demasiado de su «nuevo» (?) plan estratégico-turístico, que los plazos se cumplen volando y después pasa lo que pasa...

Medite mis palabras, consejero. Total, no le cuesta nada...