Nuestra Aguirre, la de la otra cólera de Dios, está que se sale. Destemplada por su error estratégico, sintiéndose forajida ante el espanto de las morgues municipales, la lideresa marquesa ha vuelto a su ritmo de producción de los tiempos de la CAM, ese prurito perverso que lo mismo le hace huir de guardias civiles que soltar astracanadas que no serían admisibles ni como ungüento meloso para la bronca de Navidad. Ojo con la señora, que ahora resulta que sigue con los problemas para llegar a fin de mes, que la vida no es fácil. Y mucho menos cuando se decide a abandonar definitivamente la política para luego ponerse a cada momento a volver. La Aguirre está de vuelta. No como ella quisiera, pero, oigan, con el micro abierto, metida a eso de las lecciones de democracia con ardides proustianos, de los años en los que tomaba las pastas con las Carmencita Polo, diciendo vaya a saber qué barbaridades de los rojos con toga que ardían con la calle en manifestación. Está tan lejos de este mundo y tan envarada la lideresa que no la salva ni los aires lumpen del Ayuntamiento, que son a las grandes señoras los que los salones multiusos de provincias al Santiago Bernabeu. Dice la Aguirre, esa mujer que ve soviets por todas partes y confunde una multa con una retención ilegal, que no sabía lo que estaba pasando en el PP de Madrid. Así, con desapego y displicencia lírica de infanta, que aquí nadie ha visto nada, por más que se tome la decisión en tiempo y forma de abandonar el barco cuando la madera y los áticos de fondo se empiezan sospechosamente a podrir. Fíjense qué cosas. Que con casi 95.000 euros al año y un palacete en Madrid no te da ni para darte una vuelta por Cortefiel. Si así está el patio no quiero ni pensar qué vamos a hacer los mileuristas con nuestras viejas camisas de paño, buscar remiendos en la África profunda, en el remache del calzoncillo de Tarzán. El pueblo es pobre y Aguirre es pobre con suntuosidad, haciendo gala a la inversa, tirando de hidalguía al revés. Adónde irá la gente del servicio a buscar la inefable sopa de tomate, en este año que Aguirre no llega, ni siquiera con lo que ahorró presentándose a unas elecciones sin programa electoral. España me mata, llora la infanta por las esquinas, acaso con nostalgia del chiringuito americano, que allí se la trataba con respeto y escolta, siendo más del Hola que del Herald Tribune, que es lo que marca la normalidad de la vida monárquica de un país. Los borbones y las marquesas son más del Hola que del estadismo fino, eso es así, aunque uno tenga su querencia civilizadamente robersperriana en estos asuntos y quiera para los reyes lo mismo que para esos familiares pelmazos a los que sólo se aguanta en lontananza, en la bella tranquilidad del Skype. La marquesa no está triste, porque es una cachonda. La próxima vez que suba a Madrid a echarme un Wagner y a mirar a mi Atleti voy a ver si me alquila su sofá; aunque sea para que se gane unas perras, que uno es rojerilla, pero de buen corazón.