No es que quiera yo amargarles las fiestas de Navidad. Todo lo contrario. Creo que es importante avisarles de las probabilidades de que en medio del barullo de las compras o el bullicio de las celebraciones, se les pierda el niño. Ya sé que los padres y madres que lean esto se dirán a sí mismos que es imposible, pero no. Los españoles debemos ser un poco tranquilones o despistados porque somos los europeos que con más facilidad perdemos a los críos en los lugares abarrotados de gente, sea un mercadillo, un parque de atracciones o la cabalgata de los Reyes Magos, hasta el punto de que un 22% de los padres y madres españoles admiten haber perdido al niño alguna vez, algo que sólo les pasa al 12% de los franceses o al 16% de los británicos.

Quien se ha preocupado de saber estas cosas es el buscador de vuelos y hoteles Jetcost, que ha realizado una encuesta como parte de un estudio sobre las vacaciones en familia de los europeos y, particularmente, entre los que las disfrutan con niños. El estudio fue realizado entre 3.000 padres británicos, españoles, italianos, alemanes, portugueses y franceses y las conclusiones no nos dejan nada bien porque encabezamos la lista de los despistados. Una de cada cinco familias españolas con niños entre 3 y 10 años ha perdido alguna vez al pequeño o pequeña durante las fiestas navideñas, bien sea comprando en el centro comercial, en el hotel, en el parque de atracciones o en cualquier sarao donde haya mucha gente. Lo curioso es que, mientras algunos avisaron a la policía o a empleados del lugar donde se les perdió el niño en busca de ayuda, un 49% de los progenitores descuidados confesó que no alertó a nadie, sino que se dedicó personalmente a la búsqueda porque sentían vergüenza.

Según el mismo estudio, lo normal es encontrar al crío en unos 8 minutos por término medio pero, quien piense que 8 minutos es poco tiempo, es que no ha pasado por esta experiencia. Yo confieso formar parte de ese 22% de madres desastres. Fue con mi hija en la feria cuando ella tenía cuatro o cinco años. No sé cómo ocurrió pero, de pronto, no estaba a nuestro lado. Los tres minutos que pasaron hasta que su padre la encontró llorando a unos metros de distancia fueron los peores de mi vida y los más largos. Se te hiela la sangre, el pánico te bloquea y se te pasan por la cabeza horribles pensamientos. Eso sí, cuando aparece, y una vez superada la taquicardia, te prometes a ti misma que bajo ninguna circunstancia vas a soltar su mano al menos hasta que cumpla los 30.