Siendo objetivos, en la izquierda de países desarrollados y dotados de un fuerte estado de bienestar todo lo que no es reformismo es palabrería. Palabrería revolucionaria pero palabrería, pues no existe ningún modelo alternativo conocido. Esa palabrería organizada es la que luego suele conformarse con cortarle el paso a la izquierda reformista, por traidora a la causa, y saca pecho así. Mientras, como algo hay que hacer en las instituciones, se frunce política de gestos, sin hacer ascos a pactar cosas con la derecha, pues al fin y al cabo no es el adversario de referencia. O sea: como no hay modo de acercarse a la gran meta revolucionaria, y el reformismo se supone que al final ayuda a consolidar el sistema, se opta por un statu quo conformista, mientras se sigue hablando de la revolución pendiente y echando pestes del sistema, empezando siempre por sus colaboracionistas.