Queridos y amados lectores, ilustres señoras y caballeros, aquí me tienen de nuevo. Hay que ver, con el infinito respeto que yo les tengo y lo que me gusta ser su admirador, su amigo, su esclavo, su siervo. Y es que la vida es tan bonita, tan enriquecedora, que yo me pregunto: qué hay más hermoso que compartir y sentirse parte de algo.

No ser rico implica eso, estar en fraternal contacto con todo el mundo, disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, tener el inmenso placer de formar una férrea y cálida cadena de eslabones iguales, y lo mejor, descubrir bellísimas personas, honestas y humildes, como el director del banco donde tengo la hipoteca. No habrán conocido ustedes mejor hombre que ese. Atento, entregado, siempre dispuesto a ayudar. Recuerdo una vez que tuve que solucionar un asunto y con su eterna sonrisa me dijo que lo solucionaba él mismo, sin necesidad de llamar a Madrid ni nada. Un bendito mi director, qué digo un bendito, un Santo.

Y es que es verdad, dónde va a estar uno más a gusto que rodeado de semejantes, con su educación, su presencia, su saber estar. Porque piénsenlo bien, te haces millonario y sólo encuentras desconfianza. Nunca sabes quién se te acerca por interés o quién te quiere por tu dinero. En cambio nosotros no tenemos ese problema, sabemos a ciencia cierta que nos buscan por nuestra valía y nuestro encanto. Toda una tranquilidad en estos tiempos que corren.

Luego la vida te da pequeños placeres, como la posibilidad de escribir cada miércoles en este insigne periódico. Poder firmar unas letras en un rotativo admirable como éste es un honor por el que doy gracias cada mañana. Jamás encontraré la forma de demostrar mi agradecimiento de una forma justa y proporcionada. Dios bendiga a cada trabajador de este gran diario.

Y no digo esto porque no me haya tocado la lotería de Navidad, no. Es realmente un sentimiento puro y sincero, algo que hace tiempo quería compartir con ustedes, apreciados y amados lectores. Hay que ser un mentecato para creerse superior a alguien por tener más dinero. Esa visión banal y superflua de la vida no lleva más que a la soledad, al aislamiento, y así sólo consigues perderte grandes oportunidades que la vida regala en forma de cotidiana compañía. O si no piensen por ejemplo en hacer eternas colas, pasar toda la mañana en urgencias, vuelos retrasados, atascos interminables o luchar por un metro de arena en la playa. Todo eso curte, hace familia, imprime carácter, te hace mejor persona.

Es que no comprendo cómo alguien puede desear ser rico. Todo el día pendiente de estar a la última, demostrando el pastizal desde que se levanta hasta que se acuesta. Qué ansiedad, con lo sencillo y confortable que es el chándal de los domingos. Vamos, que te metes la camisa por dentro, un poquito de gomina, desodorante a granel, y está uno como un San Luis lo pongan dónde lo pongan, listo y acorde para cualquier situación que se presente. Y es que fíjense si los ricos son raros: prefieren comprar cosas exclusivas cuando las marcas blancas son lo mismo, idénticas, pero más baratas por acuerdos comerciales y beneficios fiscales. De hecho, los ricos son tan suyos que el 25 de diciembre y el 1 de enero ni se comen los restos de la noche anterior. Qué estúpidos, todos sabemos que las croquetas están mejor al día siguiente. Qué forma de tirar el dinero, claro, como les sobra.

Choferes, caprichos, despilfarros. Eso no son más que apetencias pasajeras que vacían el alma de cualquiera. Donde se ponga lo hogareño, el sentimiento y lo compartido que se quite todo lo demás. Eso es y será siempre, y quien piense que el dinero le da el derecho a tutear a alguien, es que no tiene corazón ni piel con los que sentir. Porque otra cosa no, pero en palabra, dignidad y nobleza no nos gana nadie. Habrase visto, vender nuestro criterio por unos cuantos euros. Esos ricachones no saben que todos los tiesos juntos valemos mucho más que ellos.

Siempre olvidan que nuestra honra no tiene precio. Qué se habrán creído. Vamos hombre.