Mañana dobla el tiempo, otra vez, una de sus esquinas. No sé cuántas quedan. Sí, a mí también se me acaban los años con apuro, con esas prisas que tiene la vida desde hace algunos lustros.

Pienso mucho en él, pero casi nada sé del tiempo. Hay veces (quizás en las tardes de junio) que camina con otro paso, como quien viene del mar, pero casi siempre parece llegar tarde a una cita. Sí sé que, sobre todo en estos días de recuento y de inventario, se siente como un peso. Miras atrás y algo por dentro te escuece, como pasa siempre con las pérdidas y las despedidas. Tienes la certeza de que has dejado pasar los días como quien deja el grifo abierto mientras se cepilla los dientes, sabiendo que está mal pero con demasiada pereza como para enmendarlo. Y hoy, de pronto, te das cuenta de que te ha alcanzado el tiempo y te preguntas ¿cómo es que discurren tan despacio las semanas y tan rápido los años? ¿Cómo es que se rezagan los minutos pero corren tan veloces los decenios?

Derrochamos el tiempo, nuestro único caudal. Es una suerte que se haga tu amigo, te regale algún que otro duermevela y la calma templada de una tarde. O que te deje consumir una mañana en esas cosas poco productivas que le daban sentido a la niñez, cuando vivir era la única urgencia y los tesoros de este mundo cabían en una caja de lápices Alpino. Qué suerte que alguna vez te dé la mano y camine contigo un rato largo, sin premuras, sin prisas, sin agobios, como quien, ya acabada la faena, de regreso a su casa, se entretiene viendo llegar la noche y su descanso.

Así era, más o menos, en aquel otro entonces (guardo las canciones y el eco del vértigo que fueron las madrugadas), cuando aún no creíamos en el tiempo (para creer en el tiempo es preciso tener pasado y en aquellos días teníamos sólo un poco de miedo ante el abismo). Pero de todo eso nada más queda su vuelo. Ahora ya sé, y quizás usted también lo sabe, que el tiempo juega siempre con ventaja. Yo trato de engañarlo dejando a medias los poemas, las cartas, la labor de mi casa. Tengo pendientes aún varios viajes, algunos años de ocio merecido y contar a mi hija la historia de sus alas. Me calma confiar en que no me iré hasta que haya concluido la tarea, aunque sé que al final solo él sobrevive y que únicamente regresa en los espejos.