Me acuerdo mucho de un brindis navideño que una vez hizo mi padre: «Que cuando estemos peor estemos como ahora». Me gusta mucho esa frase. La digo a menudo. Supongo que siempre querría estar como estoy ahora, o sea, bien. Claro que también estaría mucho mejor si pudiera oír de nuevo la voz de mi padre. Bien sin alharacas, estoy. Bien sin cohetes que tirar, bien de salud y mente y con ganas de casi todo. Bien es no estar vencido por las convicciones, ni derrotado por los cenizos, ni engatusado por los mediocres. Evitando a los dogmáticos como ejercicio de salud mental. Es bueno levantarse cada mañana y tener o inventar un afán. Respirar y que te lata el corazón. Hacer planes que incluyan un buen vino. Comprobar que nunca bajaremos de los diez grados. El tacto de esos calcetines. El agua tibia de la ducha y alguien que te dé los buenos días sin esperar nada a cambio. O incluso esperando el malhumor de uno, tan cercano a veces al carácter de un niñato malcriado. Bueno es tener argumentos para idear novelas, soñar aún y mucho con viajar a tierras muy lejanas. O a aquí al lado. Es bueno ensoñarse, hacer listas de restaurantes del mundo donde uno ha de ir. Magnífico resulta repasar todos los libros que están pendientes por leer. Almorzar arroz con berberechos. Es una fiesta ir de librerías, engolfarse horas leyendo solapas, gastar en adquirir volúmenes que tal vez nos hagan un roto en el bolsillo y nos lleven a tener que alimentarnos de mortadela los últimos días de mes.

Las penas con pan son menos. Con mortadela y libros son aún menos todavía. He logrado poner en un artículo las palabras ´aún´, ´menos´ y ´todavía´ juntas y eso me hace feliz. Felicidad es comprobar que uno recuerda aún aquellos versos de Blas de Otero o el poema de los pronombres de Salinas o el inicio de La tía Julia y el escribidor, que una tarde de finales de los ochenta me entró para siempre en la memoria luego de bajarla de una estantería donde reposaba con otros libros de Vargas Llosa, de García Márquez, de Bioy Casares o Sábato. Bien y bueno es recordar la voz de mi padre, diciéndome léelos, que no te arrepentirás. Supongo que algún día volveré a esa estantería. Volveré a coger ese libro, desgastado, blanco, editado por Seix Barral. Me sentaré y recitaré en voz alta el inicio. Puede que esa voz, a veces me lo dicen, se parezca a la de mi padre. Espero que no me tiemble. Cuando estemos peor.